Enrique Alí González Ordosgoitti[i]
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Como uno de los objetivos de evaluación de la Asignatura Filosofía Moderna, se nos ha pedido realizar una reflexión libre, acerca de algunos de los tantos tópicos que pueden desprenderse de parte de la obra de Descartes que hemos analizado en clases. Obedeciendo tal pedido, queremos hacer nuestra reflexión no sobre un tema o concepto en especial, sino efectuar unos razonamientos sobre la Primera Parte del Discurso del Método, intitulada: “Consideraciones que atañen a las Ciencias”, razonamientos que sólo aspiran a ser comentarios de una lectura dialogal de dicho texto.
I.-
Lo primero que se nos viene a la mente es la inicial identificación entre el buen sentido y la razón: “el poder de bien juzgar y de distinguir lo verdadero de lo falso, que es propiamente lo que se llama el buen sentido o la razón” (p.43. Nota: utilizo la edición de Orbis, España, 1983).
¿Podríamos preguntarnos, si el término sentido está utilizado al modo de los cinco sentidos corporales siendo la razón el sexto sentido, en este caso aportado por la mente, pero completamente natural a la manera como luego se hablará del homo sapiens sapiens y el papel de la inteligencia en la definición de lo humano, tal como se desprende de la afirmación: “pues en lo tocante a la razón o discernimiento, siendo ella la única cosa que nos hace hombres y nos distingue de las bestias, quiero creer que está toda entera en cada uno de nosotros” (p.44)?
Si la respuesta es afirmativa observamos ya en estas consideraciones, uno de los elementos claves en la mentalidad moderna, el papel central otorgado a la razón en la propia constitución de lo humano. Cabría señalar como digresión la diferencia radical de significación del término buen sentido cartesiano, del acuñado por Gramsci del sentido común, más emparentado con el término de costumbres y la connotación que le da Descartes.
¿O el hablar de la razón como buen sentido, nos indica más bien la dirección correcta por donde deben caminar nuestros pensamientos, incluyendo una dirección moral?
II.-
Al Descartes hacer suya la distinción entre forma y accidente (“siguiendo en esto la opinión común de los filósofos, que dicen no haber más o menos sino entre los accidentes, y no entre las formas o naturalezas de los individuos de una misma especie”-p.44) y atribuir al primero lo permanente y al segundo los cambios, y al identificar la verdad con lo permanente y por ende el ámbito de aplicación de la razón, pareciésemos estar en presencia de la tradición aristotélica.
III.-
“Sin embargo, puede ocurrir que yo me engañe y que no sea más que un poco de cobre y de vidrio lo que tomo por oro y diamantes. Sé cuán cerca estamos a equivocarnos en lo que nos afecta, y cuán sospechosos deben sernos también los juicios de nuestros amigos cuando nos son favorables (p.44)”
Descartes introduce la preocupación por las limitaciones del sujeto que conoce –las deficiencias de nuestros sentidos, pero sobre todo nuestra aversión o simpatía emocional por nuestro objeto- lo que hoy llamamos los obstáculos epistemológicos, asunto que fue olvidado no sólo por los cultivadores de las ciencias naturales, sino aún peor por los llamados científicos sociales, especialmente por el auge del positivismo desde el siglo XIX y su pretendida objetividad científica y la neutralidad del sujeto que conoce. Será en las postrimerías del XX cuando esta sabia advertencia de Descartes volverá a ser atendida.
IV.-
“Así, pues, mi propósito no es enseñar aquí el método que cada cual debe seguir para conducir bien su corazón, sino solamente mostrar de qué manera he tratado yo de conducir el mío” (p. 45)
Descartes relativiza el alcance del método y pareciera aceptar la idea de multiplicidad de métodos, asunto que luciría contradictorio con su idea de proponer unas reglas universales del método, a menos que esta relativización se refiera sólo a la necesidad de experimentar individualmente la búsqueda de la verdad, a la cual se accedería a través de procesos de ensayo y error.
Otra idea que se desprende es la humildad del sujeto que investiga, basada no tanto en una virtud moral sino en las propias dificultades para acceder al conocimiento verdadero, lo que influye para que el investigador presente sus experiencias personales sin ningún afán universalizador.
V.-
“Por último, nuestro siglo me parecía tan floreciente y tan fértil en buenos ingenios como pudiera serlo cualquiera de los precedentes” (p. 46)
Es indudable que Descartes en este escrito, no lucía afectado por la idea de progreso histórico que arrasaría con la conciencia mundial a partir del siglo XIX. La afirmación de que en todos los siglos anteriores ha florecido la ciencia de igual manera, muestra una mesura que hemos echado de menos en los siglos XIX y XX, cuando a cada momento se afirmaba que lo actual era evidentemente superior a todo lo pasado. Pareciera que Descartes estuvo mucho más atento a lo que la historiografía de la ciencia demostraría en el siglo XX: la continuidad acumulativa del conocimiento científico.
VI.-
“Más, cuando se emplea demasiado tiempo en viajar, acaba uno por ser extranjero en su propio país; y cuando se extrema la curiosidad por las cosas que se practicaban en los tiempos pasados, se queda uno en gran ignorancia de las que se practican en el suyo” (p. 47)
Descartes destaca la importancia del aquí y el ahora para la investigación científica y de esta manera señala el útil papel que la misma debe desempeñar.
Los viajes son necesarios para aumentar el conocimiento y a la vez relativizar las costumbres propias, pero no son suficientes para responder las necesidades específicas del aquí en donde se vive, enfrentando seguramente algunas tendencias cosmopolitas que habían surgido por Europa desde el Renacimiento italiano y que no eran ajenas en el ambiente intelectual en donde se desempeñaba Descartes.
El otro elemento a destacar es la reducción del papel del pasado, que entra en lógica correspondencia con la crítica que Descartes hace del conocimiento heredado, aunque la crítica luce sutil es suficientemente clara como para aminorar el papel de los clásicos.
VII.-
“(…) y hasta las historias más fieles, si no cambian ni aumentan el valor de las cosas para hacerlas más dignas de ser leídas, por lo menos omiten en ellas casi siempre las circunstancias más bajas y menos ilustres, de donde resulta que el resto queda desfigurado” (p.47)
Descartes efectúa una muy valedera crítica a lo que hoy en día se conoce como la historiografía, especialmente en lo referido a la escogencia de su objeto de trabajo, en el cual suelen omitirse “las circunstancias más bajas y menos ilustres”, tal como es fácil recordar en toda la historiografía basada en el papel del héroe, impuesta desde el romanticismo europeo del siglo XIX, que originó productos como el culto a los héroes, de particular vigencia en Venezuela con el “culto a los próceres” o incluso con cierta tendencia de elaboración de biografías representada emblemáticamente por el historiador Polanco Alcántara, tal como puede verse en “Miranda” y más recientemente en “Arturo Uslar Pietri”.
La otra crítica de Descartes: “y hasta las historias más fieles, si no cambian ni aumentan el valor de las cosas para hacerlas más dignas de ser leídas”, es de tanta actualidad, que basta con ver como la reciente historiografía venezolana ha venido demonizando los cuarenta años de democracia (1958-1998), hasta hacer desaparecer cualquier acercamiento objetivo a la época.
VIII.-
“Me complacían, sobre todo, las matemáticas, a causa de la certeza y evidencia de sus razones, pero no advertía todavía su verdadero uso, y, pensando que no servían más que para las artes mecánicas, me admiraba de que, siendo tan firmes y sólidos sus fundamentos, no se hubiese edificado sobre ellos nada más elevado” (p. 48)
Descartes destaca el papel central de las matemáticas en la conformación de las ciencias “a causa de la certeza y evidencia de sus razones”, que le lleva a postularlas más allá de su uso sectorial en las artes mecánicas y anuncia el enorme potencial futuro de la misma: “me admiraba de que, siendo tan firmes y sólidos sus fundamentos, no se hubiese edificado sobre ellos nada más elevado”.
IX.-
“Reverenciaba nuestra teología y aspiraba tanto como el que más a ganar el cielo; pero, habiendo aprendido como cosa muy segura que el camino hacia el no está menos abierto a los más ignorantes que a los más doctos y que las verdades reveladas que a el conducen están por encima de nuestra inteligencia” (p.48)
Descartes a la par que reivindica el acceso universal al cielo y la salvación sin importar lo docto o ignorante que se sea, está simultáneamente insistiendo en el carácter secular del conocimiento y de las ciencias, separación que operará luego en los siglos venideros como la separación entre mundo de Dios-mundo humano; conocimiento bíblico-conocimiento científico.
En esta afirmación Descartes insiste en la necesidad de secularización de la ciencia y en su nula relación con la posibilidad de salvación, sustrayéndosela de esa manera al control de la institución eclesiástica.
X.-
“(…) considerando cuántas opiniones diversas, sostenidas por gentes doctas, puede haber acerca de una misma materia, sin que pueda existir nunca más de una que sea verdadera, reputaba casi como falso todo lo que no pasase de ser verosímil” (p.49)
Descartes establece aquí una de las ideas centrales de la ciencia moderna y que aún hoy se niega a ser dejada de lado: la existencia de una única verdad como prueba fehaciente de la universalidad del conocimiento.
Esta idea orientó todo el desarrollo de las ciencias experimentales e igualmente quiso sentar cabeza en las ciencias sociales y en las humanidades, hasta que a partir de la década de los ochenta del siglo XX comienza a ser cuestionada, planteándose la pregunta de si la verdad reside en el objeto y tiene validez universal, o si la verdad reside en el sujeto que se pregunta y que a su vez conforma el objeto a partir de sí. Esta última posibilidad, en la medida que crece su aceptación, cuestiona las bases para poder afirmar la existencia de verdades universales, al menos en los campos de las ciencias sociales y las humanidades.
En vista de haber sobrepasado el espacio límite de este ejercicio propuesto por la Cátedra, damos por concluido estos breves ejercicios de reflexión sobre escritos de Descartes tan sugerentes.
Bibliografía.
Descartes René (1983).-Discurso del Método. Reglas para la dirección de la mente. España. Ediciones Orbis. pp.263
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[i] .-Enrique Alí González Ordosgoitti.
Doctor en Ciencias Sociales, Sociólogo, Folklorólogo, Filósofo, Teólogo, Locutor, Profesor Titular de la UCV, de la Facultad de Teología de la UCAB y del Instituto de Teología para Religiosos-ITER.
-Co-Creador y Coordinador General -desde 1991- de la ONG Centro de Investigaciones Socioculturales de Venezuela-CISCUVE.
-Co-Creador y Coordinador -desde 1998- del Sistema de Líneas de Investigación Universitaria (SiLIU) sobre Sociología, Cultura, Historia, Etnia, Religión y Territorio en América Latina La Grande.
-Co-Creador y Coordinador -desde 2011- de la Página Web de CISCUVE: www.ciscuve.org
-Para contactarnos: ciscuve@gmail.com; @ciscuve; ciscuve-Facebook; @enagor; enagor2@gmail.com; Skype: enrique.gonzalez35
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[ii] .-Itinerario de este Artículo
1.-Trabajo presentado en la Asignatura “Filosofía Moderna”, dictada por el Profesor Rafael García (qepd), en el Baccaleurato Filosófico de la Universidad Pontificia de Roma (UPS), cursado en el Instituto de Teología para Religiosos (ITER), Sección de Filosofía, Escuela de Teología, Facultad de Teología, Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), noviembre de 2001.
2.-Publicado en www.ciscuve.org, el 22 de junio de 2016: https://ciscuve.org/?p=14885