R-Ch-2010-Dic-035-Dyna
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Carmen Dyna Guitián Pedrosa[i]

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Índice

1.-La construcción de la perspectiva sociológica

1.1.-Para construir una perspectiva sociológica

1.2.-Para ubicar la mirada en la ciudad

1.3.-Las comunidades residenciales

1.4.-De cómo reconocer los espejismos sociológicos

 

 

 

1.-La construcción de la perspectiva sociológica

1.1.-Para construir una perspectiva sociológica

Al principio estaba convencida que la tarea del sociólogo consistía en aplicar teorías, que permitieran hacer una lectura universal y única de la realidad, sin preguntarme cómo era ello posible ante tanta diversidad; más bien la concebía como la construcción de una síntesis de las múltiples formas sociales y de la manera cómo los agentes se van acomodando y se van agrupando, en torno a intereses y poderes, en una dinámica social regida por los parámetros que imponen los patrones, los valores, los significados, en una palabra, los contenidos culturales de la sociedad y, de esa manera, esos agentes van produciendo sus obras, sus mercancías, que entonces sólo les toca distribuir y consumir.

 

La formación de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) nos había convencido, que los ojos del sociólogo se entrenaban para leer una realidad y actuar sobre ella, con base en una nítida racionalidad técnica; instrumental para abordarla y teórica para formular los nuevos contenidos que pretendíamos configurar; acercarnos a la realidad, desechando las desviaciones que imponían las ideologías académicas dominantes de la época, que pretendían explicar la realidad social latinoamericana con los lentes de la explotación, la dominación y la dependencia como tubos conductores de una energía social que a la larga, encendían las luces del subdesarrollo. Que en todo caso, lo importante era saber en qué fase de la modernización nos encontrábamos, cuánto nos faltaba para llegar a un nivel “aceptable” de modernidad, sin abandonar la racionalidad con arreglo a fines, diagnosticando el tipo de solidaridad imperante en la sociedad y rastreando los altibajos de las vanguardias políticas, sociales, económicas, culturales del momento.

 

Fueron mis años de investigador novel, como se le llama hoy en día, en los que la avidez de conocimiento estuvo más vinculada a la aventura de la interpretación total de la humanidad, desde las incursiones en la selva del Alto Orinoco, pasando por la incipiente industrialización de los pueblos de los valles de Aragua, hasta las incansables caminatas por el barrio popular urbano contemporáneo de los años setenta. En unas y otras reconocía las diversidades pero trataba de descubrir la esencia del ser social ¿qué acercaba a los Yanomamö y a los moradores contemporáneos del valle de los Caracas? parecía descubrir rasgos, actitudes ante la vida, expresiones, gestos… pero la pregunta permanecía ¿qué los acerca y qué los aleja? ¿Es que realmente tienen algo en común?

 

Las interrogantes más que las certezas, signaron este momento de mi oficio (así seguiría siendo durante toda la trayectoria de mi biografía profesional). Las teorías generales de la sociedad -lo que los posmodernos llaman los grandes relatos- no eran capaces de darme luces para incorporar toda la inmensa riqueza y la gama de modalidades, con la que se me presentaba la realidad. El impacto del trabajo de campo sobre mis reflexiones se convertía crecientemente en un confrontador implacable de mis afirmaciones (o mis negaciones) y ello me condujo a mantener una alerta constante, frente a la manera cómo me daba a la tarea de explicarme la realidad.

 

Por otro lado, mis incursiones en la antropología con el trabajo de los Yanomamö; la fascinación por el trabajo de Oscar Lewis y la ilimitada admiración por Wright Mills, hoy creo que no fueron precisamente casuales. Ya en ese momento había comenzado el estado de alerta y, a tientas, como quien recorre un terreno desconocido pero ineludible, enfrentándome a las modas y modelos imperantes, comencé a incursionar en el mundo de lo social a partir del actor, de la vida cotidiana, del rescate de la observación como medio de conocer. Sentía que el mundo se escindía irreconciliablemente entre las explicaciones dadas, establecidas por las teorías del subdesarrollo, de Rostow, de la CEPAL, de la dependencia y las explicaciones que empezaban a configurarse en mi mente.

 

Todo empezó con los Yanomamö, con un estudio que emprendimos en 1963 un grupo de estudiantes de sociología, que fue tomando forma en la medida en que involucramos autoridades y profesores, promotores y familiares y logramos consolidar un proyecto cuyo resultado fueron dos trabajos de grado; el trabajo de Luís Llambí Insúa titulado “Yanomamö, estructura social e ideología” y el mío, titulado “La familia Yanomamö, su ciclo de vida”.

 

El aprendizaje más difícil consistió en reconocer y diferenciar las distintas formas cómo se construye la realidad social; el ser capaces de abordar la realidad a partir del relato del informante, de su propia construcción de realidad y el ser capaces de hacer una reconstrucción a partir de una interpretación sociológica y antropológica.

 

Un aspecto que considero importante es lo relativo al tema abordado, la familia y su ciclo de vida. Durante mucho tiempo creí que había escogido el tema por su obvia condición estructural en una sociedad recolectora y cazadora, en la que la familia constituía el engranaje de todo el tejido de las relaciones sociales y, así, su organización y trayectoria serviría de base, para intentar hacer una descripción de la vida posible de los actores de esta sociedad. La construcción de la matriz de reciprocidad de los roles en el sistema de parentesco, me confirmó esta concepción del problema y no fue sino muchos años después, cuando empecé a desempolvar mis viejas libretas de campo y releí el trabajo, cuando constaté el origen de la construcción del objeto de investigación que me ha venido ocupando en los últimos siete años.

 

Sí se ha tratado todo el tiempo de la familia como eje articulador de relaciones sociales, en condiciones socio estructúrales muy distintas, que generan modos muy distintos de abordar la vida social; sin embargo, el recurso del grupo primario, que ofrece un escenario propiciador de las intensas relaciones cara a cara y que se convierte en eje articulador de relaciones sociales, no sólo no se ha perdido en nuestra sociedad sino que cada vez cobra más fuerza, en la medida en que todos los grupos de la sociedad están conminados a reconstruir y religar sus redes de relaciones, para garantizar una plataforma de acción social que les permita relacionarse con los ámbitos más mediatizadores de la sociedad contemporánea, el Estado, la tecnología comunicativa y sus agentes, la academia, las corporaciones, el abstracto mundo del intercambio y el consumo del dinero plástico.

 

De cómo transité desde un estudio de la familia Yanomamö al estudio de las relaciones sociales residenciales que se establecen en comunidades populares urbanas contemporáneas, resulta difícil trazar la trayectoria porque no es lineal ni predeterminada, porque siendo acumulativa y contrastiva, no pudo ser planificada ya que el itinerario sólo podía ser trazado en la medida en que se construyera el objeto. Para ello acudí a múltiples recursos, convencionales algunos, inusuales otros y hasta inusitados, de observación constante de la vida cotidiana, de discusión y obtención de información de mis estudiantes, de la lectura de textos, noticias en el diario, artículos de opinión, la acuciosa atención e interpretación de las opiniones, relatos, problemas y comentarios provenientes de muchas personas con quien me relacionaba diariamente, tales como la empleada de los oficios domésticos, la conserje, la ascensorista y el jardinero margariteño de la Facultad de Arquitectura, etc. La vigilancia podía alertarme acerca del error, pero también tenía que llegar al descubrimiento y así, continué una ruta de indagación y reflexión constante en la que por primera vez hago una parada de largo alcance para mostrar la historia.

 

La literatura fue para mi historia una compañera de vigilia. Tampoco fue casual mi pasión por el realismo mágico, quizás porque en la novela encontré más indicios de la realidad que vivía cotidianamente en mi trabajo en los barrios, porque los personajes de García Márquez se acercaban más a los de Lewis o porque, más que los grandes relatos, los pequeños me abrían senderos ocultos.

 

De eso se trataba, de atisbar realidades ocultas. Empecé a forjar un proyecto, primero fue una imagen, la imagen de un país de trastienda, la imagen de un mundo oculto que bullía detrás de un escenario de modernidad, autopistas, torres, represas, líneas de electricidad, plantas industriales en el que los directores de la obra insistían en vender la idea que, todos debían traspasar la barrera de la trastienda e incorporarse al gran elenco del progreso, pero lo que terminaba sucediendo era que sólo unos cuantos lo lograban y algunos hasta se devolvían, mientras muchos permanecían excluidos.

 

De esa manera comencé a cuestionar el mito del progreso infinito, el mito de la vocación del desarrollo y el mito de la clase media en América Latina. Un desarrollo, un progreso y una clase media representados en un modelo urbano, un automóvil y una lavadora automática, todos ellos artefactos de un modo de vida que jamás se acompañaron con el modo de vivirlo.

 

Con estas herramientas bajo el brazo, emprendí la tarea de comprender una realidad que el país oficial se había encargado desde siempre en escindir y cuya impronta aún subyace en la interpretación y sobre todo, en la acción sobre la ciudad contemporánea en Venezuela.

 

1.2.-Para ubicar la mirada en la ciudad

Para el Ministerio de Obras Públicas (MOP), la ciudad era un ente con vida propia que nacía, crecía y se reproducía de acuerdo a la vocación que le correspondía asumir, por lo que el problema fundamental a enfrentar era el crecimiento urbano y las maneras de controlarlo y ordenarlo, prefigurando la condición espacial, la extensión e intensión del uso de la tierra, los canales de comunicación, las arterias viales y las relaciones entre los centros urbanos reguladores de la vida y los espacios subsidiarios que se articularían a dichos centros.

Para el Banco Obrero el problema era la vivienda, esa unidad habitacional que habría de procurarle al obrero urbano industrial un albergue con todos los servicios conexos, poco importaba si se trataba de una ciudad grande o pequeña, definida como de vocación industrial, comercial, administrativa o cualquiera otra.

 

Los intentos de Carlos Raúl Villanueva de prefigurar ciudad y vivienda, evidenciados primero en El Silencio y luego en el 23 de Enero y en la Carlos Delgado Chalbaud, fueron relegados al olvido cuando llegó la democracia y terminó de parcelar el poder urbano, de acuerdo a la porción del pastel petrolero que le correspondería manejar a cada entidad oficial, para distribuirlo y trasladarlo al capital privado, según los intereses y negociaciones entre el Estado, el capital y el trabajo (que fue el último en llegar a la petrofiesta).

 

Entonces el MOP se trasladó de la ciudad al territorio y dio rienda suelta a un vasto programa de inversiones en infraestructura regional, digno de envidia del resto de los países de América Latina, que definitivamente consolidó las desigualdades regionales, enriqueció cada vez más las regiones centrales y empobreció cada vez más las periféricas, las que menos oportunidades ofrecían para acompañar a Venezuela en la gran romería del petróleo; en todo caso, que expulsaran a su población y la mandaran para las regiones centro, donde se requería una abundancia de mano de obra y la formación de mercados fuertes.

 

Así se convirtieron en centros urbanos industriales, pequeñas ciudades vinculadas a la actividad agrícola, sólo conocidas por sucesos tales como sus hazañas durante la guerra de secesión con España. La Victoria, sede de la gran proeza libertadora de José Félix Ribas y los seminaristas caraqueños en el siglo pasado, se convirtió en los años sesenta en sede de industrias que cooptaban mano de obra local y atraían migrantes de todo el país, fundamentalmente de la región de los llanos (Apure) y de Los Andes. En esa época, en el año 1964, participamos en una investigación dirigida por el Prof. Roger Hennan, en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB), que buscaba indagar acerca de las características de la mano de obra industrial venezolana.

 

En el proceso de recolección de información fui asignada a la zona de barrios, que recientemente se había formado a lo largo de la autopista del Centro -separada de La Victoria por dicha arteria vial- y pude constatar la presencia de grupos familiares provenientes de zonas rurales (asentamientos campesinos, pequeñas aldeas, etc.), de la misma zona del Estado Aragua cuya característica resaltante, desde el punto de vista de su organización para la sobrevivencia, consistía en que las generaciones más viejas (los abuelos) se ocupaban en faenas agrícolas, muchos de ellos mantenían sus viejos conucos, otros consiguieron ocupar pequeños lotes sin explotar pero toda esta generación era campesina.

 

En la misma casa vivían los hijos que habían nacido campesinos y aprendido algunas tareas agrícolas, pero que en el traslado a la ciudad habían logrado obtener un trabajo en la fábrica o de obrero de construcción; una hija que era servicio doméstico de alguna familia de los ejecutivos de las empresas locales; otra que había abandonado el hogar para dedicarse a trabajar en un botiquín en el centro y la tercera generación, que ya estaba asistiendo a la escuela mientras ayudaba a los abuelos a acarrear la leña para el fogón de las arepas, en el ranchito de atrás de la cocina, recogía el cambur y se encargaba de alimentar los animales de la casa.

 

En mis viejas libretas de campo aparecían siempre mis impresiones, acerca de la manera cómo esta gente vivía en un rancho de bahareque que se le estaban cambiando las paredes por bloque, un techo de zinc, el piso de la sala de cemento rojo, un portal para sentarse a la hora del intenso calor, muchos árboles frutales y el imprescindible ranchito del fogón.

 

La misma casa hablaba de la familia, campesina y citadina al mismo tiempo; campesinos los modos de vivir, las disposiciones para pensar el futuro, para hacerse de un patrimonio familiar, para alimentarse, para dormir, para festejar, para rezar; citadina para trabajar en la fábrica, en la casa de familia, en la construcción de un edificio de varias plantas -de concreto la estructura, de granito los pisos, instalaciones sanitarias y agua corriente en los grifos-, citadina para pasar los domingos en la tarde en el bar donde oyeron por primera vez a un alcalde maldecir, porque alguien no quería pagar comisión mientras jugaba una partida de dominó y acariciaba el muslo de una mulata sentada sobre sus piernas. Aún sin entender mucho la diferencia entre el campo y la ciudad, unos niños que acarreaban leña con los abuelos o lavaban la ropa en el río con las abuelas, asistían a una escuela donde les enseñaban matemáticas, castellano, historia y geografía para que algún día pudieran trabajar como sus padres, en las fábricas locales. Una familia que no podía seguir pensando en el conuco, pero que tampoco tenía claro cómo iba a desenvolverse en la vida de la ciudad.

 

Al final los barrios se urbanizaron, las casas se consolidaron, los viejos murieron y con ellos el conuco y el fogón de las arepas, los padres trabajaron en varias fábricas, uno de ellos se retiró y montó una bodega; la mayoría de los muchachos hizo primaria, de estos, unos se fueron a trabajar a las fábricas, los más consiguieron un puesto de bedel en el colegio o de obrero en el Concejo Municipal y otros más se dedicaron a la venta ambulante y a prestar sus servicios en distintos tipos de ocupaciones, se convirtieron en “gerentes autónomos” alardeando que no aceptaban jefe.

 

Muy pocos de esa tercera generación lograron el bachillerato y con esa titulación se quedaron para ocupar puestos como cajeros de banco, recepcionistas, vendedores de todo tipo; de los bachilleres algunos estudiaron comercio o secretariado y muchos menos lograron entrar a la universidad o al pedagógico a estudiar Trabajo Social, Educación Física o Ciencias Sociales… Esta es la historia de familias de Maracay… o de Barquisimeto… o de Barinas, que se enfrentaron en un solo momento a un proceso de urbanización, con tres generaciones oscilando entre el campo y la ciudad.

 

Caracas no escapó a esta dinámica, quizá más profunda, más intensa, más compleja, más variada pero no sustantiva ni cualitativamente diferente en las opciones para salir de la pobreza. Posibilidades para algunos individuos que saltaron la barrera de la pobreza pero no masivamente. De la cohorte de muchachos del barrio Ezequiel Zamora de la Parroquia El Valle, en Caracas, que ingresó al sistema escolar entre 1960 y 1965, conocemos tres destacados investigadores y profesores universitarios pero ellos han sido la excepción, no la regla.

 

Cierto es que a casi todos los rincones del país llegó la red de electrificación, la escuela, el programa antimalárico y al menos, el trazado de una carretera en un claro proyecto de modernización urbana centralizada, que concentraba en ella los incentivos para inversiones productivas e intensificaba las redes viales y culturales para emigrar a la ciudad.

Mientras tanto el Banco Obrero se enfrascaba en resolver el problema de la producción masiva de viviendas; las tecnologías, los materiales, los usuarios tenían que uniformarse, universalizarse. Para ello la tierra urbana era fundamental y si las grandes ciudades ya no ofrecían muchas posibilidades, para eso estaban los pequeños pueblos aledaños que de todas maneras, su fin era ser absorbido por la ciudad; así había sucedido en Caracas con Sabana Grande, Chacao, Petate, El Valle, Antimano.

 

Eran las tierras donde se ubicaban los centros tradicionales de nuestras ciudades. Entonces se echó mano a la teoría de la renovación urbana y en su nombre se destruyeron muchos de los núcleos urbanos tradicionales, portadores de importantes bagajes culturales, sin siquiera preocuparse por rescatarlos para la memoria histórica, para no ser tan ingenuos de creer que a alguien le interesaría preservarlos. Así desaparecieron El Valle, Antimano y La Vega en Caracas; el Saladillo en Maracaibo…

 

Y aquí empezaron a enfrentarse en una visión de la ciudad que, por un lado la ordenaba y por el otro la volvía un caos, en una acción desesperada de modernidad de los agentes “innovadores”, léase Estado, empresa privada y trabajadores, quienes tejían en el día lo que destejían en la noche, quizá por eso las aceras de Caracas las tumban para volverlas a hacer para volverlas a tumbar y al final, lo que queda es comprender que esta “racionalidad” entrópica es la que ha instaurado en el país hasta los cimientos, un ethos que todos compartimos sin cuestionar: “Comeremos mucho cuando estemos en plena fiesta, pasaremos hambre cuando se acabe, pero pronto alguien organizará la próxima fiesta y volveremos a comer” .

 

La vieja fábula que usó el pensamiento francés, la hormiga y la cigarra, para combatir un ethos de vivir al día que contradecía las exigencias del nuevo modelo de vivir en sociedad, instaurado por la modernidad: el trabajo, el ahorro, la inversión, el proyecto; no tuvo cabida en las mentalidades de los actores sociales de esta sociedad “periférica”, ni de los ductores ni de los seguidores de un proyecto de modernización, basado en la distribución de la renta petrolera.

 

Convencida estaba que había culminado una etapa de lectura sociológica que evidenciaba que la vieja premisa instrumental era inviable, que el nivel técnico se estrella frente al poder político y que, en última instancia, lo importante es cómo distribuir la torta (porque a estas alturas ya se cernía la crisis sobre el país) y lo que se empezaba a repartir era la pobreza, con el deterioro de los salarios y la inflación, el desempleo, el empleo informal o disfrazado, el deterioro de los servicios públicos que habían servido de canal de distribución de ingresos a los pobres, los hospitales, las escuelas, las instalaciones deportivas, los parques, cada uno a su manera, fue disminuyendo el bienestar social. Los proyectos empezaron a debilitarse, los sueños a esfumarse y tras más de una década de recesión, los sectores más contraídos están conformados por esa generación que empezó a abrir los ojos con el “ta’ barato dame dos” y hoy en día su proyecto de vida es la muerte, el sicario; es la desesperanza, “no tengo alternativa”; es la indefensión “nada puedo hacer”; es la externalidad “si me gano un kino…”; es el sueño más que la posibilidad: “voy a estudiar Derecho a distancia, viajando todas las semanas los días sábados, desde Barquisimeto hasta Valencia porque tengo que seguir trabajando con la venta de ropa para mantener mi familia”; otros, muy pocos, saben que sólo un gran sacrificio, mucho trabajo por parte de la pareja y muy pocos hijos, permitirá lograr una meta.

 

El impacto sobre la ciudad se sintió con el papel que asumieron los nuevos poderes locales, Gobernaciones y Concejos Municipales así como la tímida reforma institucional que buscaba instaurar un proceso de descentralización en el país. Ahora que los recursos escaseaban era el momento para dejarle el problema a cada quien y esta pareció ser la tendencia del poder central, lo que también empezó a tener sus repercusiones sobre el ethos social: “cada quien que se las arregle como pueda y se resuelva”. Así un ethos más individualista, penetró el pensamiento y la acción, con la paradoja que ahora el Estado quería soltarle a la sociedad civil las responsabilidades que siempre había monopolizado y que ya no eran rentables, ni política ni económicamente. Frente al desarrollo de un principio individualista aislado, el Estado pretendía delegar autoridad en organizaciones no gubernamentales, ya que los partidos políticos habían perdido espacio importante de inserción en sus escenarios naturales y no estaban cumpliendo su papel tradicional de intermediarios entre el Estado y la población para la negociación urbana.

 

Así, se empezaron a crear organizaciones no gubernamentales externas a las comunidades, de alguna manera inspiradas en el trabajo realizado por la Iglesia católica, ahora con fines laicos. Las asociaciones de las comunidades siguieron respondiendo al interés y empeño de pequeños sectores de la población, caracterizándose todo ese movimiento por un muy bajo índice de participación en la organización, administración y ejecución de los proyectos, con el agravante que las organizaciones externas, no necesariamente conocían realmente las expectativas y necesidades sentidas de la población, ni tenían la capacidad de lectura de la visión de la realidad que construye el actor social.

 

En este punto de la historia, la teoría desarrollada en Europa con una lectura de su realidad, apuntaba a reconocer en las nuevas tendencias urbanas el papel de los movimientos sociales organizados de la sociedad civil, respondiendo a intereses residenciales, de género, de edad, religiosos, socio-profesionales (categoría del INSEE francés), étnicos, etc. Reforzando la idea de que el Estado debía delegar responsabilidades en la sociedad civil y tal cual fue trasladado a América Latina, sin tomar en consideración la situación real de las clases, de los grupos o de sectores a que se apuntaba en las teorías europeas.

 

1.3.-Las comunidades residenciales

Los problemas de las comunidades residenciales en América Latina se diferencian de acuerdo a la condición ciudadana de la que se goce.

 

En el caso de los sectores medios y altos, estos sufren problemas derivados de la eficiencia y suficiencia de los servicios públicos urbanos, contaminación ambiental -basura, ruidos, hedores-, de seguridad, vialidad urbana, tiempo de traslado de la residencia al lugar de trabajo, etc.

 

Mientras en el caso de las barriadas populares derivan de la lucha por la obtención de la condición ciudadana:

“La tendencia y la meta propuesta por el proyecto barrio es la incorporación plena a la ciudad y el reconocimiento formal de su existencia, aun cuando sus pobladores no logren el estatuto de ciudadanos en todas sus dimensiones. En lo político -el derecho al ejercicio del voto, a la agrupación para la defensa de sus derechos, la sindicalización, etc.- tal estatuto se ve mediado por los intereses de los partidos políticos (muchas veces ajenos a los intereses populares pero capaces de captar votos a través de políticas populistas o llanamente demagógicas), también se mediatiza por la poca durabilidad de las organizaciones sociales de base que se crean para negociar una determinada decisión política urbana con respecto a situaciones problemáticas consideradas graves por la comunidad, una vez resuelto el problema, desaparece o se minimiza la organización; igualmente, la filiación en organizaciones de base sindical se debilita en la medida en que la inestabilidad y la informalidad laboral obstaculizan la posibilidad de desarrollar un movimiento sindical en el que el obrero se forme en la lucha por sus reivindicaciones y sea capaz de generar fuertes lazos de espíritu de cuerpo con el resto de sus compañeros.

La fallida ciudadanía social -el derecho a la satisfacción de las necesidades básicas y a la potenciación del desarrollo humano así como el deber (ciudadano) de aportar a la sociedad- expresada en los déficits de servicios fundamentales (educación, salud, recreación), plazas de trabajo, remuneración acorde con las necesidades de la familia, en fin, en la distribución de la riqueza social.

La incongruente ciudadanía cultural, la escasa o nula participación en la distribución de la riqueza cultural producida para el disfrute de los sectores dominantes de la sociedad y en los procesos para acceder a ella, restringiendo el desempeño (cultural) al campo cultural residencial que ha demostrado la capacidad de producir una gran riqueza cultural propia y particular, a lo cual han tenido que recurrir los sectores populares para compensar la situación de precariedad material a la que se han visto sometidos. En el caso del espacio habitable, la población ha tenido que buscar, por sus propios medios, la manera de resolver esta situación” (Guitián: 1993,77)

 

Las mujeres de un barrio popular en Sao Paulo, México o Caracas estaban más preocupadas por la salud y la alimentación de sus hijos, la aducción de tuberías de aguas blancas y los ingresos complementarios, que en luchar por una condición de igualdad con sus maridos en materia de empleo e ingresos, porque no veían en ello un problema de competencia sino un problema de alianza para la sobrevivencia.

 

Más grave aún, al aferrarse a estas teorías se desconoce totalmente el sustrato organizativo de la población. Las asociaciones no surgen de la conciencia de la necesidad de luchar por un derecho o por un principio, surgen de la propia práctica de asociarse para resolver problemas concretos. ¿Con quiénes nos asociamos? con aquellas personas a las que les tenemos confianza, a quienes conocemos desde hace mucho tiempo y con quienes compartimos intereses.

 

Aquí surgen las redes sociales, me asocio con mis vecinos y amigos, con mis parientes, con mis compadres, con mis paisanos, no sobre la base de una organización formal sino sobre la base de una posibilidad de vernos, reunirnos, entendernos y llegar a acuerdos así como de resolver conflictos. Estas formas de asociarse se expresan en lo político, lo cultural, lo económico; las pequeñas empresas familiares, la creación de brigadas de orden en el barrio, la formación del grupo cultural de música y danza, el comité organizador de las fiestas de la Virgen del Carmen, todas permeadas por redes sociales claramente identificables, con muy precisas prescripciones de adscripción y permanencia, lo que justamente va perfilando la dinámica de quiénes se quedan en el grupo y quiénes se separan para formar otro, de oposición o de consenso pero igualmente uno distinto, según se va moviendo la microfísica del poder microlocal.

 

Al igual que se trasladaron los artefactos sin el modo de vivirlos, se trasladaron las teorías de organización social urbana, interpretando que las juntas de vecinos o comunales podían ser consideradas como movimientos sociales, que el comité de damas del Barrio Bolívar de Petare podía luchar en la oficina del Instituto Nacional de Obras Sanitarias por el agua potable para la comunidad, pero en el fondo contenía un germen de lucha femenina en la que el género podía llegar a anteponerse a la condición ciudadana. Afortunadamente estas mujeres siempre tuvieron claros sus intereses y el papel que jugaban en la microfísica del poder local, su capacidad de insertarse en la lucha por el reconocimiento del barrio en el presupuesto municipal, así como su papel en la obtención de los votos, del líder local del partido democrático de su preferencia.

Se interpretó que los mecanismos de formalización de lo social, en contextos sociales altamente controlados por un aparato estatal, que funciona para garantizar la estructura del Estado Nación, de la propiedad privada y el mercado, de los partidos y la sociedad civil eran similares a los de un contexto social; en el que la racionalidad del Estado moderno no ha penetrado todos los ámbitos de la sociedad, ni necesariamente les interesa penetrarlos; un Estado que permite la coexistencia de ciudadanos y no ciudadanos, sirviendo de árbitro negociador, en el mejor de los casos y de represor violento en el peor, pero cuya vocación por excelencia es la negligencia frente a la exclusión, la pobreza, la desigualdad… y le ha resultado más fácil adelantar una política populista, repartidora de unas cuantas sobras de la petrofiesta sin siquiera tener conciencia, que esa opción es la que ha generado la producción de un ethos social esencialmente deteriorante y desestructurante.

 

Así, otro precepto del ethos social perturbaba las acciones y los logros de estos grupos excluidos. La escasez de recursos financieros, gerenciales, profesionales obstaculizaba el logro de las metas del grupo, así que se acudió a la política de jerarquizar las urgencias y resolverlas en la medida de los recursos, con poca capacidad para la anticipación de situaciones, para elaborar un proyecto, y se fue delineando un precepto que fue magistralmente recogido por Ibsen Martínez con el famoso dicho de Eudomar Santos: “Como va viniendo vamos viendo”. Consagrando así, un precepto popular con el contenido más posmodernista del ethos social contemporáneo, donde precisamente se tocan el posmodernismo y la ausencia de modernismo, en la manera cómo los sectores populares abordan su realidad.

 

1.4.-De cómo reconocer los espejismos sociológicos

La lectura de lo social nos conducía por senderos imprevistos pero ahora, la incertidumbre consistía en tratar de reunir las dimensiones de la realidad ¿Son absolutamente distintas las realidades urbanas según los actores o agentes y las condiciones en las que se producen? o ¿pueden existir tramas de conexión entre los distintos agentes? ¿Está la ciudad destinada a ser constantemente, un entramado tejido y destejido de grupos sociales nucleados por intereses cambiantes? ¿Existe algún tipo de interés que sea común a todos los ciudadanos urbanos? ¿Existe tal cosa como la identidad urbana? ¿Cómo leen la realidad urbana los distintos actores sociales?

 

Si alguien se desenvuelve en un medio cultural académico, considerado por sus pares de vanguardia, se relaciona con ese mismo medio en el exterior, sea Nueva York, París o Roma, tiene alguna noción de lo que sucede en Sao Paulo o Buenos Aires, vive en el este de Caracas, se relaciona siempre con pares colegas de su mismo estrato académico ¿qué lectura hace de lo urbano? Se circunscribe a su propia realidad y no es capaz de saltarla para darse cuenta que la realidad no es única, sino que es múltiple, que tiene muchas lecturas y que no podemos creer que conocemos tan sólo porque la percibimos de una determinada manera.

 

Poco a poco comencé a comprender que usar acríticamente las herramientas teóricas obstaculizaban la perspectiva, que no podía aplicar a Pareto, a Durkheim, o a Weber asumiendo incondicionalmente todas las premisas de las cuales ellos partieron y, sobre todo comencé a darle vueltas a eso que llamé la realidad, empecé a preocuparme más por el sentido de la realidad que por la manera cómo captarla y allí, precisamente descubrí que el sociólogo no es un hacedor de metodologías que le permite captar, cual lente de cámara, cualquier realidad, en cualquier momento que se le ocurra y aunque a Bourdieu no le costó tanto como a mí, supongo, llegar a esa misma conclusión después de sus estudios de Argelia, sentí que a partir de ese momento, una manera distinta de ver la realidad se empezaba a bosquejar en mi mente.

 

Paulatinamente con mucha discreción y poca audacia, buscando en cada paso la seguridad de la firmeza de la pisada, el nuevo recorrido se abrió ante mí con la absoluta convicción; que sólo la investigación me permitiría despejar mis incógnitas, lo que al final aprendí es que lo que jamás resolveré: serán las infinitas ramas que voy avizorando a medida que más me interno en el árbol de la realidad y aunque sea capaz de imaginar cómo es el bosque, no seré yo quien lo descubra.

 

Recorrer las lecturas de lo social que como sociólogo he hecho, descubre una faceta del oficio que siempre queda encubierta entre las madejas de la actividad burocrática, si uno no es un lector perspicaz. Hoy sé que no son las respuestas las que son universales, que lo más importante no es descubrir qué tienen en común un Yanomamö y un poblador de barrio; sino descubrir cómo logré construir un objeto de estudio, cuál fue su origen, hacia donde derivó y por qué; cómo esa historia es fundamento de mi condición de sociólogo, lector e intérprete de lo complejo social Entiendo que sociólogo es sólo aquel que es capaz de construir un discurso de lo acontecido, de lo vivido social, de lo estructurado y de lo estructurante, aplicado a su objeto de estudio, inclusive si se trata de sí mismo. Sociólogo es aquel que siempre puede construir el puente entre la biografía y la sociedad, incluso hasta la propia.

 

Releyendo la obra de Ferrarotti Histoire et Histoires de Vie, diez años después que la leí por vez primera, después de haber realizado mi trabajo de campo, haber recolectado y construido las historias de vida de primera mano, creo que estoy en capacidad de comprender sus reflexiones críticas acerca de la manera de abordar el método biográfico, trabajarlo e interpretarlo.

 

Al igual que el autor, en mi preestablecida manera de concebir el mundo sociológico, cuando intenté construir mi objeto de estudio y al ubicarlo en un contexto urbano latinoamericano, no podía dejar de lado la consideración de la industrialización (y en el fondo el problema de la modernidad versus la tradición) y sus implicaciones en la vida de los sujetos sociales urbanos, pobladores de barrios urbanos de algunas ciudades del país. Fue así como urdí esa trama de relaciones entre las historias de familias ubicadas en ciudades con impacto industrial y ciudades con impacto turístico, como otra forma de modernidad. En la medida en que se presentó la posibilidad de usar historias de otros lugares, recolectadas o no directamente por mí pero si de primera fuente y en la medida en que comencé a detectar características comunes en esas familias[iii]: empecé a dudar del criterio de ciudad -impactada o no por cualquier tipo de actividad modernizante- como único instrumento de análisis del contexto socio-histórico. Reconocí que fue un punto de partida, pero que a la larga fue más importante elaborar criterios urbano-regionales que podían dar cuenta de las diferencias, pero también y quizá mucho más importante, reconocer las semejanzas en las historias.

 

Lo importante de esta reflexión es el reconocimiento de la dificultad, para asumir plenamente las implicaciones epistemológicas del método biográfico, tal como las establece Ferrarotti. Esa posibilidad de leer la biografía, individual, subjetiva y sintética:

“Toda práctica individual humana es una actividad sintética, una totalización activa de todo el sistema social. Una vida es una práctica que se apropia de las relaciones sociales (las estructuras sociales) las interioriza y las retransforma en estructuras psicológicas por su actividad de desestructuración-reestructuración… Cada comportamiento y acto individual aparece en sus formas más únicas como la síntesis horizontal de una estructura social…lejos de reflejar lo social, el individuo se lo apropia, lo mediatiza, lo filtra y lo retraduce al proyectarlo en otra dimensión aquella, en definitiva, de su subjetividad” (Ferrarotti,1983:50-51)

Subrayado del autor, traducción nuestra.

 

Quizá el mayor obstáculo para entender esta estructura de pensamiento haya sido el deslumbramiento propio de la historia. Para quienes la literatura ha significado una fuente de imaginación sociológica nos es muy difícil desprendernos de ese abordaje de la realidad y no hay como una historia narrada y reconstruida por el investigador, para dejarnos encantar por la sensibilidad literaria que ella contiene. Resultó un canto muy tentador que casi nos hace perder la perspectiva de hacia dónde nos dirigíamos.

 

El contraste entre lo narrado, lo vivido, la subjetividad en acto y la formalización sociológica era, para mí, prácticamente irreconciliable. Las dudas aparecieron constantemente y el péndulo oscilaba entre la literatura y la sociología, sin encontrar una salida hasta que logré dilucidar que se trataba de una lectura doble, es decir, que así como podía leer en la biografía a la sociedad podía leer en la sociedad a la biografía.

 

La tensión entre individuo/ subjetividad/ particularidad y sociedad/ objetividad/ generalidad; es una condición inherente a lo social por su propia naturaleza, es ineludible en el campo de las relaciones sociales y las fuerzas que en su devenir se despliegan, es lo que Ferrarotti llama: “la dialéctica de lo social”: “Que consiste esencialmente en la relación compleja, no determinable a priori, entre las condiciones objetivas y lo vivido” (Óp. Cit.: 41)

Subrayado del autor, traducción nuestra.

 

Fue así como llegué a reconocer: que el proceso de construcción del objeto de estudio era indisociable del proceso de construcción del sujeto social. Pero reconocerlo también implicó un camino de penurias, dudas y obstáculos que trabaron y por momentos, paralizaron la investigación.

 

[i] .-Socióloga (UCAB), Doctora en Ciencias Sociales (UCV), Profesora Titular de la Facultad de Arquitectura de la UCV.

-Co-Creadora y Coordinadora de Investigación -1991-2013- de la ONG Centro de Investigaciones Socioculturales de Venezuela-CISCUVE.

-Co-Creadora y Coordinadora Adjunta –1998-2013- del Sistema de Líneas de Investigación (SiLI) sobre Sociología, Cultura, Historia, Etnia, Religión y Territorio en América Latina La Grande.

-Co-Creadora -2011-2013- de la Página Web del CISCUVE: www.ciscuve.org

-Si desea conocer otros Artículos, Audios, Álbumes de Fotos Etnográficas y Videos de Carmen Dyna Guitián Pedrosa, entre en la siguiente URL: https://ciscuve.org/?cat=4204

 

[ii] .-Este es el Primer Capítulo de la Tesis presentada para optar al título de Doctor en Ciencias Sociales -Facultad de Ciencias Económicas y Sociales- Universidad Central de Venezuela (UCV). Tutor: Dr. Víctor Córdova Cañas. Noviembre 1998. Producto igualmente del Proyecto de investigación: Movilidad social en barrios populares de Venezuela. Financiado por el CDCH-UCV.

 

[iii].-Recorridos similares rastreables en orígenes sociales, pautas de comportamientos, tipos de logros, carreras familiares, patrimonios y herencias culturales

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