Alejandro José Molina Mendoza

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Resumen

En el siguiente artículo intentaremos mostrar cómo el Libertador Simón Bolívar realizó sus contactos políticos y diplomáticos con la alta jerarquía de la Iglesia Católica. En primer lugar, veremos la conducta conflictiva entre Bolívar y sus roces con el Arzobispo de Caracas, Monseñor Coll y Pratt en el tiempo que va desde 1812 hasta 1816. En segundo lugar repasaremos el cambio de actitud del Libertador en este aspecto, hacia una actitud de acercamiento hacia la Iglesia Católica, en el caso de las vacantes de la Diócesis de Guayana. En tercer lugar observaremos sus relaciones con el Obispo de Mérida, Monseñor Lasso de la Vega y con el Obispo de Popayán, Monseñor Jiménez de Enciso, entre los años 1820 y 1824. En cuarto lugar, observaremos cómo por medio de los Obispos de Mérida y Popayán, los contactos con Monseñor Muzi y las gestiones de Monseñor Texada, en mayo de 1827 el Vaticano nombró directamente Arzobispos y Obispos para la Gran Colombia, hiriendo de muerte el Patronazgo Eclesiástico español. Finalmente haremos referencia a la conducta totalmente pro clerical del Libertador durante sus dos últimos años de vida. En todo el texto iremos observando como los objetivos políticos, primero por la guerra y segundo en la construcción de las nuevas repúblicas, predominaron en las posturas diplomáticas del Libertador frente a sus relaciones con el clero católico.

Palabras clave: Política, Simón Bolívar, Iglesia Católica, Historia hispanoamericana, Siglo XIX.

 

El Libertador y sus relaciones con la Iglesia Católica

La idea de escribir sobre el Libertador Simón Bolívar, y específicamente sobre las relaciones de orden diplomático y político que sostuvo con la alta jerarquía de la Iglesia Católica, se debe a la investigación que se ha adelantado con motivo de nuestro Trabajo Final de Grado (cuyo Tutor es el Dr. González Ordosgoitti), el cual estamos culminando en la Escuela de Filosofía de la Universidad Central de Venezuela, y que se ha denominado: “El Concepto de Libertad en el Libertador Simón Bolívar”. A su vez, esta temática se ha venido reflexionando y elaborando desde el año 2005 mediante los distintos cursos y seminarios que han sido dictados por los Profesores Enrique Alí González Ordosgoitti y Gabriel José Morales Ordosgoitti, ambos de la misma Escuela de Filosofía.

 

Ahora bien, en el presente artículo queremos desarrollar, de manera muy sucinta, cuál fue la conducta del Libertador Simón Bolívar, en materia política y diplomática, frente a la alta jerarquía de la Iglesia Católica. Esto nos pone en el camino de una reflexión desde una perspectiva filosófico-política, ya que el Libertador fue ante todo un hombre de acción y pensamiento guiados por un fino olfato político. Con esto queremos dejar sentado que no vamos a escribir sobre los sentimientos del Libertador en materia religiosa, los cuales nos parecen, sin embargo, apegados a la religión católica de sus padres y de su sociedad a pesar de las vicisitudes de la guerra y el problema de tipo internacional que generaba el Patronato Eclesiástico ejercido por la monarquía española sobre Hispanoamérica.

Antes de entrar en materia consideramos necesario aclarar lo siguiente. La política, según serios pensadores de esta temática,[1] tiene dos aristas muy visibles. La primera es la de la política entendida como lucha y guerra contra los enemigos. Esta postura es la que sostienen todos aquellos que toman las banderas de una revolución, es decir, un grupo de personas que persigue como objetivo la defenestración de un sistema o grupo político y su sustitución por otro. Se intenta, generalmente, anular todo vestigio del pasado argumentando que el fuego (guerra) depurador de la revolución limpiará el mal que expele el sistema político y social que se desea sustituir.

 

La otra cara de la moneda es la política entendida como un estado de paz y mantenimiento del orden establecido. En este sentido, por ejemplo, los dirigentes de toda revolución triunfante cambian el “status” de la política como lucha al de la política como orden que debe mantenerse para el “supuesto” bien de la sociedad. Por supuesto, esta tendencia de la política no se aplica sólo en tiempos posbélicos.

 

El Libertador, como hábil estratega político no fue ajeno a estas dos caras de la praxis política. Esto lo podemos ver reflejado basándonos en la gran cantidad de documentos que Bolívar dejó para la posteridad. Al principio de su carrera política y militar, su objetivo fue el reemplazo del sistema monárquico y colonial existente en la Capitanía General de Venezuela por un sistema de gobierno republicano. Como sabemos, la manera de realizar esta sustitución no fue otra sino la guerra y la destrucción. Así, Bolívar, entre los años 1812 y 1819, aproximadamente, fue un político dedicado casi exclusivamente a la guerra. A partir de 1820, comienza a perfilarse fuertemente su faceta de político conservador del nuevo orden que se establece con la institución de las nuevas repúblicas y la expulsión del poder monárquico de las hoy denominadas naciones bolivarianas. Esta tendencia hacia el conservadurismo político en el Libertador fue acentuándose a medida que pasó el tiempo.

 

Las relaciones que Bolívar cultivó con la Iglesia Católica siguieron, a nuestro juicio, una conducta similar. Aunque no podemos establecer un total paralelismo cronológico en este sentido, sí podemos observar ciertas tendencias en su conducta política y diplomática. En un principio, según los documentos consultados, Bolívar quiso subordinar a la jerarquía eclesiástica hacia sus propósitos revolucionarios y bélicos, aunque fuese a base de presiones e intimidación. Sin embargo y posteriormente, se observa claramente como el Libertador paulatinamente, y también acentuándose cada vez más con el paso de los años, hace grandes esfuerzos por poner de su lado a la alta jerarquía de la Iglesia, pero esta vez en un tono distinto, de diferente manera y con diversos recursos. Diplomáticamente el Libertador usa toda su influencia para que la Iglesia Católica aceptase y reconociese la nueva realidad de relaciones de poder político que la guerra terminó por imponer, es decir que la república fuese tolerada por la Iglesia.

 

Por supuesto, la sagacidad política del Libertador le llevó con rapidez a reconocer que lo más conveniente era no seguir confrontando a la jerarquía eclesiástica ya que esa antigua institución tenía una poderosa y amplia influencia sobre los habitantes de las nuevas repúblicas; y aparte de esto, la Iglesia podía fungir también como un importante provisor de recursos económicos para ayudar a subsanar la permanente escasez de recursos fiscales.[2]

 

Por lo tanto, era un grave error, desde la perspectiva de la praxis política, oponerse a un poder tan grande que tenía dos enormes recursos: la ideología y la economía; y más aún cuando la guerra estaba ganada por los republicanos, éstos debían establecer el nuevo orden político y hacerlo viable manteniendo el orden y la paz, o mejor dicho, la estabilidad política de la nación que se intentaba fundar. Bajo este marco se circunscriben las relaciones que Bolívar cultivó con la jerarquía de la Iglesia Católica en general.[3]

 

Los primeros tiempos: La guerra a muerte y el frenesí arrasador de la revolución

Veamos entonces uno de los documentos más famosos expedidos por el Libertador, el Manifiesto de Cartagena, y su fuerte referencia contra el clero católico. Empezamos a observar las ideas extremas que Bolívar tenía para todo aquel que no cooperase en la edificación de la nueva república, en los primeros tiempos de su vida pública:

“La influencia eclesiástica tuvo después del terremoto [en marzo de 1812], una parte muy considerable en la sublevación de los lugares, y ciudades subalternas; y en la introducción de los enemigos en el país; abusando sacrílegamente de la santidad de su ministerio a favor de los promotores de la guerra civil. Sin embargo, debemos confesar ingenuamente que estos traidores sacerdotes se animaban a cometer los execrables crímenes de que justamente se les acusa porque la impunidad de los delitos era absoluta (…)

Es muy probable que al expirar la Península, haya una prodigiosa emigración de hombres de todas clases; y particularmente de cardenales, arzobispos, obispos, canónigos y clérigos revolucionarios, capaces de subvertir, no sólo nuestros tiernos y lánguidos estados, sino de envolver el Nuevo Mundo entero en una espantosa anarquía. La influencia religiosa, el imperio de la dominación civil y militar, y cuantos prestigios pueden obrar sobre el espíritu humano, serán otros tantos instrumentos de que se valdrán para someter estas regiones.” [4]

 

Podemos tener una idea entonces de cómo fueron las ideas que tenía en mente el Libertador contra los eclesiásticos realistas. Así tenemos lo que consideramos que fueron los primeros pensamientos de Bolívar con el alto clero católico. En general este texto es de un extremismo que permite anticipar lo que vendría en los próximos años. El tono, a grosso modo, de esta manifestación de Bolívar iba en consonancia de lo que fue posteriormente su más radical texto, el cual escribiría seis meses después: “El Decreto de Guerra a Muerte”. Por otra parte, también pudiésemos inferir que ya Bolívar comenzaba a darse cuenta de la importancia, desde la perspectiva política, de tener a la jerarquía católica de su lado.

 

Ahora bien, un documento de primera mano que también nos parece muy bueno para tomar en cuenta son los “Memoriales sobre la Independencia de Venezuela” escrito por el entonces Arzobispo de Caracas, Dr. Narciso Coll y Prat, cargo que ejerció efectivamente entre el 31 de julio de 1810 y el 7 de diciembre de 1816.[5] Este texto nos dará una idea más clara sobre las relaciones que Bolívar mantuvo con el alto clero de la Iglesia Católica.

 

Las relaciones del Arzobispo con Bolívar, según se ha podido leer en estos Memoriales, no fueron las mejores. Existieron entre ambos muchos roces y conflictos, debido sobretodo al tiempo de frenesí bélico dentro del cual le tocó actuar al Arzobispo, además de su tendencia claramente realista. Fueron los tiempos del Decreto de la Guerra a Muerte de Bolívar, y también el tiempo en que José Tomás Boves actuó a sus anchas. Fueron los años más arduos y crueles de la contienda ya que la guerra no estaba regularizada, cuestión que ocurrió en 1818.

 

Bajo este terrible panorama se dieron las relaciones entre el General en Jefe de las tropas republicanas y el Arzobispo de Caracas. Por un lado, el Libertador, supeditando todo esfuerzo y toda acción hacia la guerra y el final exitoso de la revolución. Por otro, el Arzobispo de Caracas, teniendo en mente a su grey, a su iglesia y a su rey.[6]

 

Las palabras y opiniones que el Arzobispo tuvo para Bolívar en sus Memoriales nunca fueron positivas para el General. Se observa el constante conflicto entre Bolívar y Coll, donde éste expresaba en sus pastorales la defensa de los derechos políticos de la corona y reclamaba la actuación insurreccional de los republicanos:

“(…) El quince de Julio [de 1813] dirigí una pastoral (…) y hasta el veinte y tres del mismo Julio se estuvo circulando la mencionada Pastoral: Pastoral que en su misma circulación o después de otro modo cayó en manos de Bolívar, y me fue origen de sorpresas y muy grandes temores (…) no estaba yo en América para consolidar el poder usurpador, sino para sostener el de V. M. en tanto que me fuese dado, y apartar de mi Diócesis todos los males…” [7]

 

Este conflicto sobre las pastorales iba a ser, según Coll, motivo de constante polémica entre Bolívar y el prelado. Es entendible que para Bolívar estos textos fuesen un constante y terrible dolor de cabeza precisamente por la ya mencionada influencia de la Iglesia sobre la sociedad a la cual iba dirigido. Era una terrible propaganda política contra los republicanos que estos mensajes del Arzobispo de la provincia más importante de la Capitanía General estuviesen llegando a todas partes, por lo menos dentro de su jurisdicción eclesiástica, lo cual no es poco decir.

 

Veamos ahora la opinión de Coll respecto a Bolívar en el desarrollo de la denominada Campaña Admirable y el inicio de la guerra a muerte, opinión que se mantendrá a lo largo del Memorial:

“(…) Insolente con las victorias que había conseguido en el Nuevo Reino de Granada (…) autorizado por éste [el Congreso de Tunja] para el exterminio de los pueblos, después de haber recibido de él los decretos de la guerra a muerte (…) ensoberbecido con la propia sangre que había mandado inicuamente a derramar (…) pisó osadamente este suelo infeliz, creyendo que su imperio iba a ser eterno. El terror y la muerte le habían precedido desde sus primeras invasiones; el pavor y la desolación le seguían, y parece que con la presencia de aquel monstruo, la provincia toda cayó como en un repentino desfallecimiento…” [8]

 

En otro episodio de esta confrontación entre el poder político encarnado en el Libertador y el poder religioso encarnado en el Arzobispo, observemos como éste se quejaba de la intromisión de los republicanos en los asuntos internos de la Iglesia:

 

“(…) [Bolívar] me exigió por oficio (…) una nota general de todos los Sacerdotes de la Diócesis, de su antigüedad, empleos y residencias, y de los curas que yo tenía temporalmente separados de sus parroquias (…) habiéndosela pasado, porque no podía resistirle, con una providencia atroz trastornó toda mi administración eclesiástica (…) vi en breves días inhabilitados a una multitud de eclesiásticos (…) dejando en la principales poblaciones a otra multitud de Eclesiásticos prohibidos para poder ejercer sus poderes de confesar y predicar; siendo bien digno de observación, que no se tuvo pudor de inhabilitar a toda la Comunidad de religiosos mercedarios, y a una gran parte de la de San Francisco (…) Es conveniente a la tranquilidad pública, era la fórmula y la poderosa razón que encubría la arbitrariedad…” [9]

 

Sin embargo, tal vez lo peor y más complicado de las relaciones entre estos dos personajes estaba por venir. El texto que veremos a continuación es un testimonio de Coll cuando Bolívar, presuntamente, ordena ejecutar a un sacerdote entre fines de 1813 y principios de 1814:

“Bolívar voló de Caracas a Valencia donde le llamaba la ocasión de estrechar el sitio de Puerto Cabello, y en esta ciudad aprisionó la primera víctima que cobardemente sacrificó en la Guaira (…) echó mano del presbítero Don Juan Felipe Rodríguez, remitióle como un malhechor, y sin participar cosa alguna a la autoridad eclesiástica a quien su persona pertenecía, encerró en un castillo, donde ocultamente y en el silencio de la noche le hizo quitar la vida…” [10]

 

Este hecho, simplemente, fue terrible y no podía esperarse que la alta jerarquía de la Iglesia Católica estuviese dispuesta, en ese momento, a percibir a los republicanos como personas en las cuales se podía negociar, e incluso llegar a acuerdos.

 

En febrero de 1814, el Arzobispo envió al General una carta intercediendo por los presos y heridos realistas en las bóvedas y hospital de la Guaira:

“(…) ¡oh cruel suerte de los desvalidos puesta a merced de sus principales y calumniosos enemigos¡ Acabo de saber que a tales españoles y canarios se les va a pasar por las armas, hoy mismo, indistintamente, y que la orden firmada de U. estaría ya entregada para su ejecución (…) esta sangre de tantas víctimas inocentes (…) clamará, si U. no recoje (sic) de pronto la orden, contra la de U. (…) Sírvase, no obstante, entrar en virtud de la presente en la cristiana y política reflexión (…) y abra su generosos corazón para salvarles por lo menos sus vidas, y luego destiérrelos de estas provincias, si su presencia es incompatible con la tranquilidad pública…” [11]

 

La ejecución masiva de los heridos y presos españoles quizás sea uno de los hechos más desafortunados cometidos por el Libertador:

“(…) No menos que a V. S. Illma. me es doloroso este sacrificio. La salud de mi patria que lo exige tan imperiosamente podría sólo obligarme a esta determinación. Si yo no viera que en este caso la indulgencia aumentaría el número de las víctimas y frustraría los mismos sentimientos de piedad que mueven a V. S. Illma. a interceder, yo apresuraría a darle en esta ocasión un testimonio en mi deseo de complacerle. Mas vea V. S. Illma. la dura necesidad en que nos ponen nuestros crueles enemigos (…)

Nada me sería más grato que entrar en esta ocasión en las miras de V. S. Illma. y ceder a mis propios sentimientos de humanidad. Pero la salud de mi patria me impone la imperiosa ley de adoptar medidas opuestas, y crea V. S. Illma. que la piedad misma las exije (sic); pues pequeños sacrificios ahora, evitarán mayores en lo sucesivo….” [12]

 

Nos parece sumamente interesante el hecho de que la carta del Arzobispo intercediendo por los españoles presos en la Guaira[13], la carta de Bolívar respondiéndole[14] y la orden de ejecución[15] de los mencionados españoles tengan oficialmente todas las mismas fechas: 8 de febrero de 1814.

 

Un último testimonio al cual aludiremos en referencia a las relaciones entre Bolívar y Coll es la orden de confiscación de los bienes en metálico  de la Iglesia por parte de los republicanos:

“(…) [Bolívar, en vista de la inminente llegada de Boves a Caracas] publicó la Ley marcial, hizo alistamientos; y sostenido por el propio terrorismo de sus providencias, levantó un nuevo ejército que aparentaba defensa; pero su intención era otra, y a título de provisiones y necesidades, erigió una Junta que llamó de arbitrios y seguridad. A ésta reservó la colección de las alhajas, sin que tuviese que intervenir con la Municipalidad, ni con la potestad eclesiástica, ni con persona alguna sino valiéndose únicamente de la guerra armada [estamos hablando de mayo y junio de 1814] (…) A la misma junta reservó los ofrecimientos que bajo la pena de ser tratado como traidor o sospechoso, ordenó hacer a cada habitante, y mientras que los obcecados vocales de aquélla iban citando a aquellos a quienes más podían quitar, y obligándolos con amenazas a despojarse aun de las prendas del uso propio, circulaban severas órdenes por medio de los militares a los mayordomos de cofradías y de las iglesias para la entrega de sus alhajas que debían hacer en el acto…” [16]

 

Estos, en líneas muy generales, fueron los temas por los que los dos personajes en mención polemizaron durante los terribles años de 1812 y 1814.

 

De lo que podemos inferir que el Libertador había supeditado todo a la consecución del fin bélico, es decir, a la sustitución del gobierno español por uno criollo, así tuviese que lidiar duramente contra el alto clero católico. En cambio, podemos observar que el Arzobispo tenía, principalmente, como objeto de sus acciones la defensa de los derechos políticos de la corona y la defensa de los derechos eclesiásticos en la Capitanía General de Venezuela.

Ahora bien, debemos señalar lo siguiente. Los Memoriales fueron escritos como un informe al rey de España. Este informe, y la destitución de Coll del Arzobispado caraqueño, fue pedido por el rey debido a las acusaciones que Pablo Morillo realizó contra el eclesiástico referidas a sus supuestas simpatías hacia los republicanos. De tal manera que los Memoriales fueron escritos como una defensa a su actuación durante el ejercicio del Arzobispado, lo cual nos dice que muy probablemente hubo episodios donde el clérigo pudo exagerar sus actuaciones, en pro de su defensa y posturas realistas.

 

Sin embargo, en el estudio preliminar que el Dr. Pérez Vila realiza de los Memoriales le otorga crédito y veracidad a las palabras del Arzobispo, a pesar de la gran cantidad de malas actuaciones que le atribuye a Bolívar, donde inclusive, como ya hemos visto, le insulta. Entonces, si uno de los acérrimos defensores del bolivarianismo le otorga crédito a las palabras de Monseñor Coll, a pesar de sus ofensas a Bolívar, entonces podemos pensar que el testimonio del Arzobispo es verosímil y digno de crédito.[17]

 

El cambio de actitud:

La diplomacia bolivariana en acción ante la Iglesia Católica de la Gran Colombia

Según los datos que nos proporciona Mons. Nicolás Navarro, la primera intervención del Libertador en los asuntos internos de la Iglesia Católica de forma positiva para ésta, se dio en la Diócesis de Guayana en 1817.[18] Y lo más sorprendente de todo, fueron los mismos sacerdotes quienes llamaron al Libertador para que les ayudara. De esta forma hay un par de dudas que nos llaman poderosamente la atención. En primer lugar, ¿por qué ese cambio de actitud en el Libertador?, y la segunda, ¿por qué ese cambio de actitud del alto clero católico?

 

Observemos la situación por la cual atravesó la provincia de Guayana en el año de 1817, durante su primer semestre. La ocupación de Guayana por parte de las tropas republicanas fue la primera victoria realmente consolidada de la revolución. Guayana sería la base para la libertad y la secesión de España, de las futuras naciones bolivarianas. Después de la batalla contra los realistas, las tropas republicanas lograron finalmente apoderarse de esta plaza fuerte. En un episodio bastante obscuro, de cuarenta y  un sacerdotes catalanes pertenecientes a las famosas Misiones del Caroní, veinte fueron ejecutados por los republicanos, catorce murieron en prisión y sólo siete lograron escapar.[19]

 

Por otra parte, el Ordinario de la Diócesis de Guayana, el Sr. D. José de Ventura y Cabello moría el 21 de agosto del año en mención. Esto ocasionó un grave problema al clero guayanés porque de las tres maneras que había para proveer un nuevo Ordinario, ninguna era posible debido a la guerra.[20] Entendamos entonces la decisión del clero guayanés que había sobrevivido al solicitar los buenos oficios del Libertador para proveerse de un Ordinario, acción impensable en el antiguo régimen. Los sacerdotes debían haber tenido un muy fundado temor sobre posibles represalias por el episodio de la ejecución de los clérigos catalanes, porque eran los republicanos los que mandaban de hecho en Guayana a pesar de que continuaban siendo rebeldes e insurrectos a los ojos del mundo, es decir, los republicanos eran una fuerza militar sin reconocimiento político alguno.

 

Ahora bien, analicemos la otra cara de la moneda. El Libertador no podía desaprovechar la oportunidad de anotarse un importante éxito político. Veamos la solución que propone al clero de Guayana para eliminar la acefalía de la jerarquía católica en esa diócesis, el día 8 de noviembre de 1817:

“Animado por tan inmortales monumentos, y por los repetidos ejemplos que nos presenta la historia eclesiástica de las Asambleas Generales de la Iglesia convocadas por las potestades del siglo, no menos que por mi ardiente celo y amor a la causa de la Religión Cristiana, me atrevo, como Jefe Supremo de la República, a excitar, llamar y convocar con todo el afecto de mi corazón, y en caso necesario con el poder de la autoridad, a todos y cada uno de los que componen el muy respetable clero de esta Diócesis, para que se presenten por sí o sus legítimos poderes en esta capital en el preciso término de cincuenta días, a deliberar sobre las necesidades de esta Santa Iglesia, y muy particularmente a nombrar un superior eclesiástico que la administre.

Tal es el plan que he creído adaptable a nuestras circunstancias y a la grave y urgente necesidad de esta Iglesia. Yo lo propongo al muy venerable clero que espero se congregue en esta capital; pero el mismo clero, usando de su plena libertad y de sus luces y conocimientos en las materias eclesiásticas, podrá discutir, acordar y llevar a efecto el que juzgue más conducente a remediar los males en que se están precipitando él y los fieles.” [21]

 

Y efectivamente,[22] se reunió el Sínodo en la Catedral de Guayana el día 25 de enero de 1818 y se nombró al Gobernador de la Diócesis de Guayana, bajo una especie de “Patronazgo de la República”. Bolívar había logrado, desde la perspectiva política, una importante victoria. En primer lugar, que el clero católico de Guayana haya recurrido a la autoridad de Bolívar para solucionar un problema interno de la Iglesia indica el reconocimiento, de esa parte del clero, de la victoria militar de los republicanos y por ende de las nuevas relaciones de poder que quedaban establecidas. En segundo lugar, se daban los primeros pasos para que los republicanos dejasen de ser considerados como unos insurrectos y rebeldes ante la comunidad internacional. Empezaba a tener eco la fuerza política y militar de los republicanos lo que les permitiría posteriormente negociar desde una posición más ventajosa.

 

Probable y verosímilmente Bolívar pudo haber pensado la posibilidad de establecer las primeras bases para la transición del Patronazgo Eclesiástico que poseía el Estado español hacia la nueva república. Ahora bien, ¿qué es un Patronato Eclesiástico? Hagamos entonces un breve paréntesis para clarificar esto. La palabra Patronato proviene del verbo patrocinar y significa “defender, proteger, amparar, favorecer”[23]. Veamos qué nos dice José Gil Fortoul al respecto:

“En materia eclesiástica los Reyes de España ejercieron siempre el derecho de “Patronazgo”, y lo fundaban, primero, en haber descubierto y conquistado la América, y edificado y dotado sus iglesias y monasterios, y además en habérselos concedido expresamente el Sumo Pontífice. Conforme al Patronato, no se erigía ni fundaba sin licencia del Rey iglesia catedral ni parroquial, monasterio, hospital, iglesia votiva ni otro lugar pío ni religioso; los arzobispados, obispados y abadías se proveían por presentación del Rey a Su Santidad; las dignidades y prebendas de las iglesias catedrales, por presentación de sus prelados al Rey; y los beneficios curados, así en los pueblos de españoles como en los de indios, por oposición, escogiendo los arzobispos y obispos tres de los candidatos aprobados, para presentarlos a los Virreyes, Presidentes de Audiencia o Gobernadores, quienes hacían la elección definitiva…” [24]

 

Lo que esto significaba en los hechos era que el gobierno de la Santa Sede, transfería su potestad y su prerrogativa política de instituir iglesias y nombrar sacerdotes para los diferentes cargos de la jerarquía eclesiástica al gobierno de España en el Nuevo Mundo. Esto se instituyó en varias Bulas papales, pero la que lo estableció con mayor fuerza jurídica fue la del Papa Julio II emitida el 28 de julio de 1508, denominada Universalis Ecclesiae.[25] Esto nos indica también la fuerte relación que existió en España y sus dominios entre el poder temporal y el poder espiritual; ambos estuvieron amplia y estrechamente vinculados.

 

Teniendo en mente este panorama, para 1817, el hecho de que el clero de Guayana haya solicitado a Bolívar sus buenos oficios para intentar restablecer el orden jerárquico interno de la Iglesia, era de ese tipo de oportunidades que se presentan muy pocas veces. Y desde el punto de vista político el Libertador no la dejó pasar.

 

Y en tercer lugar, al haber sido nombrado en enero de 1818 el Gobernador de la Diócesis de Guayana, Bolívar sentaba el precedente de que, aparte de haber visto cómo de cierta forma fue reconocido el poder de las fuerzas republicanas, el hecho de que estas fuerzas hubiesen ayudado a poner orden y restablecer el orden interno de la Iglesia en Guayana, hacía que dentro de la Iglesia se corriese la voz de que los republicanos no eran los herejes que se hubiese podido pensar. Esto lo que podía generar era un poderosísimo aliado a la hora de reconstruir el país al finalizar la guerra y a la hora de estabilizar políticamente al nuevo régimen republicano. Y a la vez, para también crear un foco de opinión importante contra la Encíclica Etsi longissimo terrarum de 1816 emitida por el Papa Pío VII y tan desfavorable a los republicanos de América.[26]

 

De aquí en adelante, bajo esta tendencia, transcurrirá la diplomacia que Bolívar aplicó a la hora de tratar con la alta jerarquía de la Iglesia Católica, es decir, conciliador y dispuesto a ayudarla para mantenerla a su lado como aliada. Ya tuvo la experiencia de tener al clero católico de enemigo y aprendió que el poder de la Iglesia era demasiado fuerte, y a la vez, la fuerza de los acontecimientos hizo ver a los prelados que no era en absoluto conveniente oponerse a la nueva instancia de poder que se instauró en el país, más aún si esta instancia estaba dispuesta a pactar y acordar el trabajo mancomunado.

 

Ahora bien, no podemos de dejar de tener en cuenta que a pesar de los gestos positivos de la república hacia el clero católico de Guayana, el poder político de aquélla era aún muy débil como para poder impresionar a la Iglesia Católica, y no podía tener ningún crédito internacional frente a más de trescientos años de Patronazgo de España en América, sin contar que en ese momento en Europa dominaba el criterio político eminentemente monárquico de la Santa Alianza, es decir, no era siquiera pensable el que la Santa Sede reconociera a las nuevas repúblicas como nuevas naciones. De hecho, las monárquicas tropas francesas habían restaurado en España a la monarquía absoluta de las manos de los constitucionalistas de 1815.

 

Es por esto que la misión encomendada por el Congreso de Angostura a Peñalver y Vergara en 1819 hacia Londres y Roma terminará en el más rotundo fracaso, al igual que la de Zea en 1820. Los tres personajes fueron encargados de, por un lado, resolver problemas económicos y políticos con la Gran Bretaña, la nación europea menos hostil a los americanos, y por otro, de buscar el reconocimiento de la Santa Sede a la nueva república a través del nombramiento de nuevos Obispos y Arzobispos en la Nueva Granada y Venezuela. Para la Santa Sede se complicaba más aún el caso porque se mezclaba el problema político de las relaciones con Hispanoamérica y los países de la Santa Alianza y el grave problema de la falta de religiosos para las Diócesis de Hispanoamérica.[27]

 

Sin embargo, aparece en escena el personaje que por primera vez iba a poner a la nueva república en contacto con el Vaticano: Mons. Rafael Lasso de la Vega, Obispo de Mérida. En principio, Mons. Lasso fue de tendencia marcadamente realista, pero los acontecimientos sucedidos en España debido a la revuelta constitucionalista y liberal de Riego y posteriormente la de las Cortes hicieron cambiar la actitud de Mons. Lasso. Primero por la indiferencia con que los constitucionalistas españoles vieron a los hispanoamericanos y segundo por el carácter antirreligioso y anticlerical que aquéllos adoptaron.[28] De hecho, Monseñor Lasso terminará siendo un apasionado republicano y el mismo Santander dirá, en correspondencia a Estanislao Vergara, el 9 de octubre de 1821: “El Obispo está más patriota que Bolívar. Ha tenido cuatro conferencias conmigo: es una fortuna loca tenerlo en la República.” [29]

 

Para atraer a Lasso al bando republicano, el Libertador estaba dispuesto a concederle, incluso, el símbolo de la sumisión de la república a las órdenes de la Iglesia en materia religiosa. Esto es especialmente patente si tomamos en cuenta que en la nueva república habían sólo tres Obispos: el de Popayán, el de Panamá y el de Mérida.[30] En vísperas de la primera entrevista entre ambos personajes, solicitada por Bolívar, donde Mons. Lasso le pedía que saliese a recibirle en la puerta de la iglesia y hacer acto de sumisión religiosa a la Iglesia, el padre Leturia nos comenta lo siguiente:

“La contestación fue [a la entrevista pedida por Bolívar], refiere el mismo Lasso en un escrito publicado tres años más tarde en Bogotá, presentárseme a dicha puerta, teniendo yo el mayor gozo de verle edificar a todo aquel pueblo, arrodillándose a besar la Cruz, y luego a las gradas del presbiterio, hasta que concluidas las preces di solemnemente la bendición.” [31]

 

De esta manera observamos como el Libertador no tuvo problemas para realizar todos estos actos simbólicos del poder espiritual sobre el poder terrenal antes de realizar la entrevista. El objetivo valía la pena. Bolívar sumaba así a las filas republicanas al Obispo de Mérida. Posteriormente Lasso sería Diputado ante el Congreso de Cúcuta. Podemos inferir entonces la gran victoria política del Libertador en este momento, la Iglesia empezaba a ponerse del lado republicano.[32]

 

Bajo este marco podemos entender la confluencia de intereses. A la república le interesaba el acercamiento a Roma para sentar robustamente las bases del poder del nuevo gobierno, desde una perspectiva internacional, por medio de un posterior reconocimiento de las nuevas repúblicas por parte del Vaticano y así anular la poderosa influencia que aún le quedaba a España en Europa en materia de política internacional. En materia de política interna, ya se ha expuesto tal interés por parte de los republicanos. El encargado del acercamiento de la república al Vaticano en materia eclesiástica fue Mons. Lasso, en un principio.

 

Por otra parte, a la iglesia hispanoamericana le interesaba el acercamiento al Vaticano para no quedar acéfala y para no perder el fundamental y poderoso apoyo de una institución que poseía casi dos mil años de antigüedad. Y en ese momento quienes podían ayudar en esto eran los republicanos, no los españoles.

 

De esta forma Mons. Lasso envió una misiva directamente al Papa Pío VII explicando el penoso estado de su Diócesis. También hizo propaganda a favor de la república, explicando sus bondades e instando al Papa sobre la necesidad de reconocer al nuevo gobierno. El Vaticano respondió rápidamente. Fue una respuesta cordial y muy concreta donde el Papa expresaba la necesidad de poseer mayores y detallados informes sobre la situación de la Diócesis para poder tomar decisiones más acertadas al respecto.

 

Sin embargo, a pesar de esta parca y neutra respuesta, los republicanos la tomaron como una gran victoria de su diplomacia e hicieron propaganda de ella por toda la nueva república. Incluso, los republicanos de casi toda Hispanoamérica, tomaron la carta de respuesta del Papa a Monseñor Lasso para hacer propaganda de sus causas, en sus respectivos territorios.[33]

 

Ahora bien, en la geografía de lo que fue la Gran Colombia, a finales de 1820, la gravedad de la guerra la había dejado exhausta en lo que se refiere a sacerdotes efectivos para realizar actividades eclesiásticas. De hecho, sólo existían tres obispos en estos territorios: Mons. Lasso, Obispo de Mérida; Mons. Salvador López de Enciso, Obispo de Popayán y Mons. Higinio Durán, Obispo de Panamá. [34]

 

El caso de Mons. Jiménez fue el más complicado de los tres, desde la perspectiva política, por varias razones. La primera era que el Prelado era oriundo de España, los otros dos eran americanos. La segunda es que Mons. Jiménez no sólo ejercía sus funciones de sacerdote, sino que tenía experiencia militar de las guerras contra Napoleón en la península ibérica y esta experiencia castrense la ejerció contra los republicanos. La tercera, y tal vez más importante, era su recalcitrante concepción a favor del Rey y sus derechos políticos y eclesiásticos.

 

La postura de Mons. Jiménez fue tan pronunciadamente realista que tuvo un fuerte intercambio de palabras con el Vicepresidente Santander y éste terminó destituyéndolo del cargo que poseía y desterrándolo de la Gran Colombia. Por supuesto Santander no tenía ninguna prerrogativa para ejercer estas acciones porque no podía inmiscuirse, siendo militar, en los asuntos internos de la Iglesia, y además las tropas republicanas no tenían aún el control de Popayán, es decir, la Diócesis de Mons. Jiménez estaba en territorio realista. Con esto lo que queremos es dejar sentado el escenario que enmarcó el encuentro entre Mons. Jiménez y el General Bolívar.

 

Debido a que la guerra había sido muy dura durante los diez años que llevaba de duración y que Bolívar vislumbraba un probable escenario de victoria, empezó con más fuerza su política de restauración del orden y la fundamentación de la futura estabilidad, incluso en pleno conflicto. Y, además, aprovechando la información de que las tropas de Morillo habían sido especialmente crueles con los habitantes de la Nueva Granada en general, el fino olfato político del Libertador hizo que ofreciera a los realistas amplias garantías, en lo que respecta a sus vidas y propiedades para intentar lograr que no lucharan, y aún para aquellos que lo hiciesen, estas garantías también les eran ofrecidas.

 

Veamos el cuadro antes del enfrentamiento de las tropas patriotas contra los pastusos y payaneses, en enero de 1822, los cuales eran enconados realistas.[35]

 

En este mismo cuadro entra Mons. Jiménez, el cual estaba activamente del lado de los realistas: “No contento con emplear todas sus rentas en vestir y organizar las tropas realistas (…) publicó un decreto terrible, en el que excomulgaba a cuantos feligreses suyos prestasen auxilio a los republicanos…”[36] Sin embargo, Bolívar intenta ponerle de su lado:

“V. S. I. Puede informarse por los recién venidos de España, cuál es el carácter antirreligoso que ha tomado aquella revolución; y yo creo que V. Ilma. debe hacernos justicia con respecto a nuestra religiosidad, con solo echar la vista sobre esta constitución [promulgada en Cúcuta] que tengo honor de dirigirle, firmada por el santo Obispo de Maracaibo [se refiere aquí Bolívar a Mons. Lasso], cuya conciencia delicada es un testimonio irrefragable de la buena opinión que hemos sabido inspirarle por nuestra conducta.” [37]

 

Podemos observar cómo el Libertador, convencido de que si hacía pasar al Obispo al bando republicano la guerra estaría ganada. Además, podemos observar también como Bolívar echa mano de un poderoso argumento al comparar a los españoles con los republicanos y colocar a estos últimos como paladines de la religión católica. Pero, Mons. Jiménez no escuchó la propuesta de Bolívar y se dio la batalla el 7 de abril de 1822.[38] A pesar de las grandes bajas en ambos bandos, el Libertador ofreció una generosa capitulación a los españoles, pastusos y payaneses realistas[39], los cuales aceptaron por lo comprometido de su posición militar.

 

Sin embargo, el Libertador tenía entre ceja y ceja hacer al Obispo un aliado para ganarse la voluntad de estos difíciles y obstinados realistas. Veremos como el Libertador le otorga una importancia política capital a que el Obispo se quede en Colombia para ayudar a la reconstrucción posterior a la guerra y especialmente para ayudar a mantener el orden y la estabilidad de la nueva república:

“El Coronel Zambrano está nombrado de comandante político y militar para atraer a esas gentes [pastusos y payaneses realistas], que sin duda, plegarán bajo la influencia del Obispo (…) Al Obispo pienso instar para que se quede en el país, porque un obispo es un personaje útil entre nosotros.” [40]

 

En este mismo sentido, el Libertador le reitera a Santander la importancia política que el Obispo tenía para la República:

“El Obispo de Popayán se ha rendido a mis instancias, a la razón y sobre todo al bien propio general. Es hombre de mucho talento; tiene una lógica muy militar; es locuaz y dice bien: creo que nos será muy útil en esa capital (…) creí que era mejor que hiciese una visita espiritual en el Arzobispado de Bogotá, acordándose del empeño que usted tenía en que viesen esos pueblos un obispo en tiempo de la república, y también porque esa iglesia necesita de una cabeza que aparezca con alguna importancia en la capital de Colombia.

Crea usted que no me engaño. El obispo de Popayán nos será muy útil, porque es hombre susceptible de todo lo que se puede desear a favor de Colombia: es hombre entusiasta y capaz de predicar nuestra causa con el mismo fervor que lo hizo a favor de Fernando VII; apoyando sus opiniones con principios de derecho público de mucha fuerza. En fin, nuestro obispo es muy buen colombiano ya.

He mandado que se le asista en todo el tránsito por cuenta del gobierno porque él está aquí miserable. Con seis mil u ocho mil pesos que se le pasen anualmente, él estará demasiado contento, y dice que si le dan la mitad también lo estará.

Concluyo esta carta por decir a usted que yo soy el protector nato de mis conquistas, y que veo al Obispo de Popayán como una de ellas.” [41]

 

Podemos observar claramente el fin político del Libertador: el Obispo será capaz de argumentar a favor de la república mejor que nadie. Recordemos que la Iglesia Católica era la institución educativa de ese momento, y por tanto, su alta jerarquía era el grupo social intelectual por excelencia de España y sus posesiones ultramarinas. Se entiende entonces la insistencia del Libertador en tener a la Iglesia de su lado, especialmente a su jerarquía más elevada, porque era una de las instituciones más eficaces para mantener el orden y la estabilidad en la nueva república.[42]

 

Sin embargo, era de esperarse que Mons. Jiménez le pidiera a Bolívar un salvoconducto para regresar a España[43], precisamente por su postura realista, lo cual hizo el 7 de junio de 1822. La respuesta del Libertador fue la famosa carta que le remitió a los tres días, donde nos muestra una vez más su faceta de hábil político. Esta carta va en sintonía, desde la perspectiva política, con la anterior que se ha citado y dirigida a Santander. Ambas fueron fechadas el mismo día por lo que podemos inferir con seguridad que El Libertador ya había calculado cuáles argumentos podría utilizar para que Mons. Jiménez se quedase definitivamente en América y, aunque no lo menciona en esta misiva explícitamente, por la carta dirigida a Santander sabemos que su intención final es que el Obispo tome posiciones a favor de la nueva república:

“(…) yo no sé si todos los hombres pueden entrar en la misma línea de conducta sobre una base diferente. El mundo es uno, la religión otra. El heroísmo profano no es siempre el heroísmo de la virtud y la religión; un guerrero generoso, atrevido y temerario es el contraste más elocuente con un pastor de almas (…) yo me atrevo a pensar que V.S.I., lejos de llenar el curso de su carrera religiosa en los términos de su deber, se aparta notablemente de ellos, abandonando la iglesia que el cielo le ha confiado, por causas políticas y de ningún modo conexas con la viña del Señor.

Por otra parte, Illmo. Señor, yo quiero suponer que V.S.I. está apoyado sobre firmes y poderosas razones, para dejar huérfanos a sus mansos corderos de Popayán; mas no creo que V.S.I. pueda hacerse el sordo al balido de aquellas ovejas afligidas, y a la voz del gobierno de Colombia que suplica a V.S.I. que sea uno de sus conductores en la carrera del cielo. V.S.I. debe pensar cuántos fieles cristianos y tiernos inocentes, van a dejar de recibir el sacramento de la conformación por falta de V.S.I.; cuántos jóvenes alumnos de la santidad van a dejar de recibir el augusto carácter de ministro del Creador, porque V.S.I no consagra su vocación al altar y a la profesión de la sagrada verdad. V.S.I. sabe que los pueblos de Colombia necesitan curadores y que la guerra les ha privado de estos divinos auxilios por la escasez de sacerdotes. Mientras su santidad no reconozca la existencia política y religiosa de la nación colombiana, nuestra iglesia ha menester de los ilustrísimos obispos que ahora la consuelan de esta orfandad, para que llenen en parte esta mortal carencia.

Sepa V.S.I. que una separación tan violenta en este hemisferio, no puede sino disminuir la universalidad de la iglesia romana, y que la responsabilidad de esta terrible separación recaerá muy particularmente sobre aquellos que, pudiendo mantener la unidad de la Iglesia de Roma, hayan contribuido, por su conducta negativa, a acelerar el mayor de los males, que es la ruina de la Iglesia y la muerte de los espíritus en la eternidad.” [44]

 

Esta extraordinaria pieza oratoria, aparte de los gestos positivos de Bolívar y los republicanos para con la institución eclesiástica, terminaron por desarmar totalmente a Monseñor Jiménez. Pero veamos de manera inequívoca el sentimiento del Obispo después de leer este texto y podremos medir mejor el impacto del cálculo político del Libertador. Citaremos a continuación el informe que Mons. Jiménez le envió al Papa Pío VII en 1823 relatándole el estado de su Diócesis, los sucesos y su conducta frente a los terribles hechos de 1822. Por supuesto comenta también las razones para su adhesión a la nueva república:

“Confieso a V.S. [el Papa Pío VII] que al leer su comunicado [el que Bolívar le dirigió a Mons. Jiménez y que citamos antes], mi alma se conmovió con el recuerdo de mi grey que clama por su pastor, y resolví no abandonarla en su desolación. Consideraba además los males que podrían suceder después de mi salida, sobre todo que el mismo jefe de la república me dijo que de mi marcha se seguiría necesariamente la disminución de la universalidad de la Iglesia Romana; más aún: la pérdida misma de la unidad con ella, haciéndome así reo ante Dios si se perdiera por mi partida. Consideraba además que la república colombiana se hallaba ya emancipada, si no de derecho, al menos de hecho por las insignes y repetidas victorias por las que dominaba ya todo el continente, excepto la población llamada Puerto Cabello (…) que los ejemplares y doctísimos obispos de Maracaybo y Panamá se habían sometido de igual modo a la república colombiana. Consideraba finalmente que nuestra España amenaza, no sólo males políticos, sino espirituales, que parecen haber sobrevenido ya, a juzgar por la carta de V.S. a mi dignísimo hermano el obispo de Maracaybo, en la que se queja V.S. de las heridas causadas a nuestra religión en ese reino.

(…) cuando el Excmo. Libertador se dignó visitarme y exponerme de nuevo dos argumentos fortísimos que había tocado en su carta, al momento determiné volver a mi diócesis y prestar sumisión y obediencia a la república de Colombia, para poder así emprender nuevamente los trabajos de ministerio apostólico.” [45]

 

Y así continuó la política de Bolívar para con los Prelados americanos: actos de ayuda particularmente desde la perspectiva económica, gestos positivos como el respeto de la soberanía interna de la Iglesia en sus asuntos, palabras de encomio, etc. Por ende, no podían los clérigos sino hablar bien del Libertador y de la república. Ahora tenía Bolívar una poderosa herramienta para aumentar el poder de las nuevas repúblicas y su poder como jefe de gobierno de la Gran Colombia. Podía contactar directamente con el Vaticano como república por medio de los Obispos americanos ganados para la causa republicana.

 

Antes se había intentado y no se había logrado, como ya se mencionó en las misiones de Peñalver, Vergara y Zea. Ahora, con los obispos gran colombianos al lado de la república, era mucho más fácil que se llegara directamente a la Santa Sede. Esto allanaba grandiosamente el camino del reconocimiento de la Gran Colombia como una nación independiente, por parte de un país europeo tan influyente como el Vaticano. El Libertador fue enfático y perseverante en esto y por ello alentaba constantemente a los obispos grancolombianos a pedir por el nombramiento oficial de obispos para estas tierras.[46]

 

Esta era la gran jugada del Libertador. Al nombrar el Vaticano a Obispos, Arzobispos, sacerdotes, curas, etc. para estas tierras, que como ya se mencionó estaba tan necesitada de ellos por la escasez generada por la ingente cantidad de muertos por la guerra, por medio de los prelados de la república, y a su vez las súplicas de los altos mandos republicanos en esta misma vía, se estaba reconociendo de hecho la existencia de una nueva realidad política: las repúblicas de Hispanoamérica. De allí al reconocimiento formal no había sino unos pocos pasos. De hecho, veamos las palabras del Libertador en materia política referente a las acciones que desarrollaba frente a los sacerdotes, el 30 de junio de 1826:

“(…) No disputemos con los eclesiásticos que llaman siempre en su auxilio a la religión y hacen causa común con ella. Las desavenencias con éstos son siempre funestas, la amistad con ellos es siempre ventajosa. Ellos persuaden en secreto y manejan las conciencias, y el que posee estas armas casi está seguro del triunfo.” [47]

 

La diplomacia bolivariana en acción ante el Vaticano

Ahora bien, el movimiento político y diplomático de Chile hizo que el Papa León XII enviara por vez primera un delegado suyo a tierras hispanoamericanas para tener impresiones más fidedignas de la nueva situación. De esta manera llegaba a las costas de Chile el Vicario y Delegado Apostólico Mons. Juan Muzi.[48] Lamentablemente la misión apostólica fue un absoluto fracaso debido a diversas causas que por razones de espacio no podemos mencionar en este escrito.

 

Entre las enormes dificultades políticas y militares que Bolívar atravesaba en ese momento en el Perú, tenía la gran oportunidad de dirigirse directamente a un alto representante de Roma. De esta manera, le dirigió una carta por intermedio de su Secretario General Carrión, el 13 de julio de 1824:

“(…) manifestando (…) a su V.S. Illma. los ardientes deseos que animan a S. Exc. [el General Bolívar] de entrar en relaciones con la Cabeza de la Iglesia, por demandarlas urgentemente la salud espiritual de estos pueblos, el estado de orfandad a que se hallan reducidas sus Iglesias y el espíritu de fidelidad a la doctrina ortodoxa depositada en la Religión santa que profesa la República.

(…) desea vivamente que su régimen espiritual se determine conforme a los cánones, y que se arregle un Concordato sobre todos aquellos puntos que podrían causar alteraciones entre ambas potestades, por no reconocerse otra base respecto a ellos que los de un convenio explícito, en consecuencia de la variedad de la disciplina eclesiástica, de los diversos usos y prerrogativas de los Estados y, sobre todo, de la necesidad que compele a los miembros de una misma comunión de procurar y sostener entre sí la más cordial armonía.

(…) el Gobierno del Perú, por obligación y por sentimientos personales, no omitirá medio alguno de los que sean conformes a las máximas evangélicas, para proteger el esplendor de la Iglesia y evitar que sean escarnecidas sus instituciones y vejada la dignidad del augusto depositario de sus llaves…” [49]

 

Observamos como Bolívar nuevamente insiste en la transición del Patronazgo Eclesiástico de España a las repúblicas. Por esto es que el Libertador pide la firma de un Concordato, para regularizar las relaciones entre Estado e Iglesia, y a la vez tomar el puesto que España ocupaba como Patrona de la Iglesia en América. Aunque no lo mencionó expresamente, esto con mucha seguridad estaba en el pensamiento del Libertador. Posteriormente invitó a Mons. Muzi para que viajara al Perú, pero la misiva llegó tarde y ya éste había embarcado a Europa.[50] La estrategia del Libertador y los republicanos, muy eficaz por cierto, era que el Papa debía nombrar a los obispos americanos porque la Iglesia, como institución en Hispanoamérica debía seguir la línea de conducta que tenía signada desde la época colonial. érica HIspanoambispos americanos porque la Iglesia, como instituciz verdadera, era que el Papa debia

La perseverancia del Libertador en el asunto eclesiástico rendiría más frutos ocho años después. El enviado especial por parte de la república a Roma, con motivo de interceder en el nombramiento de los obispos para la Gran Colombia fue Mons. Ignacio Texada, el cual expuso que la república postulaba a los siguientes obispos para las siguientes Diócesis, el día 11 de octubre de 1826:

“(…) para el Arzobispado de Bogotá a Don Fernando Cayzedo y Flórez, para el de Caracas a Ramón Ignacio Méndez[51], para el Obispado de Santa Marta a José Mariano Estévez, para el de Antioquía a Fray Mariano de Garnica O. P., para el de Quito a Don Manuel Santos Escobar y para el de Cuenca a Don Félix Calixto Miranda (…) Y aún pocos días después agregó iguales súplicas para la Sede de Charcas en Bolivia…” [52]

 

La cuestión fue que el Papa nombró oficialmente, en mayo de 1827, a todos los Obispos para cada una de las sedes vacantes, tal cual como la república los postuló. El impacto y alcance de este logro de la política de Bolívar y la república puede medirse por la gran molestia del gobierno español y todo el aparataje diplomático que la Santa Sede montó a fin de tener el menor roce posible con España. El gobierno español desaprobó totalmente esta medida y llegó a tener un fuerte conflicto diplomático con el Vaticano durante algunos días.[53]

El regocijo del Libertador, precisamente porque tenía plena conciencia de este logro político-diplomático que abría más aún las puertas al futuro reconocimiento de la república como nuevo Estado ante la comunidad internacional, y que a la vez le servía para reafirmar el poder político en materia de estabilidad y orden interno en la nueva república, fue expresado oficialmente en el banquete que ofreció a los Obispos en octubre de 1827:

“La causa más grande nos reúne en este día, el bien de la Iglesia y el bien de Colombia. Una cadena más sólida y más brillante que los astros del firmamento nos liga nuevamente con la Iglesia de Roma, que es la fuente del cielo. Los descendientes de San Pedro han sido siempre nuestros Padres, pero la guerra nos había dejado huérfanos, como el cordero que bala en vano por la madre que ha perdido. La madre tierna lo ha buscado y lo ha vuelto al redil: ella nos ha dado Pastores dignos de la Iglesia y dignos de la República.

Estos ilustres Príncipes y Padres de la grey de Colombia son nuestros vínculos sagrados con el cielo y con la tierra. Serán ellos nuestros maestros y los modelos de la Religión y de las virtudes políticas. La unión del incensario con la espada de la Ley es la verdadera arca de la Alianza.

Señores yo brindo por los santos aliados de la patria, los Ilmos. Arzobispos de Bogotá y Caracas, Obispos de Santa Marta, Antioquia y Guayana.” [54]

 

A partir del atentado de septiembre de 1828, según el padre Leturia, la unión que el Libertador proclamó con la Iglesia desde hacía más de una década se acentuó enormemente. Vio el Libertador que ante la enorme crisis política, económica y social en la que entraba la Gran Colombia sólo podría tener como aliada segura a la Iglesia Católica porque, como ya se ha mencionado antes, era la institución más influyente a nivel educativo y religioso, y por ende era la institución mejor dotada para calmar los ánimos y ayudar al Estado en la estabilidad política que tanto iba a necesitar de allí en adelante. Esta afirmación se puede mostrar si revisamos los siguientes textos del Libertador:

Carta al General J. A. Páez (30-06-1828)[55]

Sobre convenios y misiones de infieles (11-07-1828)[56]

Carta a J. R. Arboleda (29-07-1828)[57]

Oficio del Secretario del Interior sobre misiones de infieles (30-07-1828)[58]

Carta a C. Mendoza (22-08-1828)[59]

Carta al General J. A. Páez (23-08-1828)[60]

Carta a Mons. Lasso de la Vega (24-08-1828)[61]

Circular del Secretario del Interior sobre Reforma del plan de Estudios (20-10-1828)[62]

Decreto sobre Enseñanza y Carrera Eclesiástica (30-10-1828)[63]

Contra las Sociedades Secretas (8-11-1828)[64]

Carta a Estanislao Vergara (22-11-1829)[65]

Mensaje al Congreso de Colombia (20-01-1830)[66]

Carta al General P. B. Méndez (1-09-1830)[67]

Testamento[68]

 

Conclusiones: Lo político prima sobre lo religioso

Para concluir, es de hacer notar que el Libertador, casi hasta el final de su vida pública y a pesar del constante apoyo que siempre le brindó, tuvo ciertas reservas contra la Iglesia Católica, o tenía ciertos resquemores del poder que tenía la Iglesia sobre la sociedad, o también podía ser simplemente adhesión a los principios enciclopédicos y filosóficos de sus autores favoritos. No sabemos cuál de estas razones o cuáles otras pudieron haber privado en el ánimo del libertador para que nunca le diera el status de religión oficial del Estado al catolicismo.

 

Para verificar esto veamos en el discurso ante la Asamblea Constituyente de Bolivia en 1826, como el Libertador argumenta contra uno de los principales principios políticos por los que abogaba la Iglesia Católica ante los poderes públicos de las nuevas repúblicas: la exclusividad de ser la religión oficial del Estado:

“Legisladores ¡ Haré mención de un artículo que, según mi conciencia, he debido omitir. En una constitución política no debe prescribirse una profesión religiosa (…) me parece a primera vista sacrílego y profano mezclar nuestras ordenanzas con los mandamientos del Señor. Prescribir, pues, la Religión no toca al Legislador…” [69]

 

Sin embargo, la Asamblea Constituyente aprobó finalmente la exclusividad del catolicismo como la religión de la república de Bolivia en la Constitución. Esto entra en contradicción con lo expresado por el Libertador anteriormente, pero se dio así porque la Asamblea rechazó la posición del Libertador y sancionó a favor de la Iglesia Católica. En este mismo orden de ideas, en las constituciones de Angostura y de Cúcuta no se hizo ninguna mención a la religión, lo que muestra que en el Libertador, a nuestro juicio, la postura política siempre predominó sobre la religiosa, incluso en los dos años finales de su vida. El Libertador vio a la Iglesia Católica como una excelente aliada en la construcción de las nuevas repúblicas hispanoamericanas.

 

Finalmente, se ha podido observar entonces como fue decantando la personalidad del político revolucionario y confrontacional hacia la personalidad del político conservador del orden establecido del Libertador Simón Bolívar, a medida que iba obteniendo triunfos militares y que iba convirtiéndose más en estadista que en General.

 

Así mismo pasó con su postura hacia la Iglesia, aunque el comportamiento del Libertador con respecto a los altos jerarcas católicos rápidamente devino hacia el apoyo de las actividades de la Iglesia, siempre y cuando ésta se supeditara a la república y no entorpeciera sus acciones. Por supuesto queremos señalar que estas conclusiones no son de ninguna manera terminantes ya que nuestra investigación continúa. Sin embargo y hasta los momentos esto es lo que se ha podido inferir de los textos revisados.

 

 

Referencias Bibliográficas

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-Straka, Tomás. (2008) “El Obispo Realista que se Hizo Republicano.” Revista El Desafío de la Historia: Iglesia e Independencia (Caracas, Venezuela) Editorial Macpecri, 2(1): 58-63

 

[1] Para mayor información sobre la teoría política hay una amplia variedad de escritores y formas de enfocar esta temática. Sin embargo, para este artículo se han tomado los textos de García-Pelayo, Manuel. (2004) Idea de la Política. (1ª reimpresión de la 6ª edición.) Caracas. Fundación Manuel García-Pelayo. Cuadernos de la Fundación, Nº 1 y de Romero, Aníbal. (1990/2005) Aproximación a la Política. (2ª ed.) Caracas, Editorial Panapo.

[2] El padre Pedro de Leturia, s. j. indica en cuatro pasajes distintos de su obra “La Acción Diplomática de Bolívar ante Pío VII”, entre otros, la importancia, desde el punto de vista económico, que tenía la Iglesia en ese tiempo, más aún para ejércitos que constantemente estaban necesitados de medios económicos para sostener el esfuerzo bélico (todos los subrayados en los textos siguientes son nuestros): “…El Obispo [hablamos de Mons. Lasso de la Vega], que fuera de sus deberes de Pastor, tenía, conforme al juramento prestado al aceptar la mitra, el de defender los derechos reales, no creyó poder permanecer neutral como padre de ambos bandos, sino que mostró  una vez más su lealtad al Rey, contribuyendo a organizar la recolección de fondos para la guerra…” (p. 118); “…Fuera de las felicitaciones de los Cabildos de Bogotá y Medellín, y de los cuantiosos donativos particulares de los sacerdotes publicados con frecuencia en la Gaceta oficial, el Capítulo metropolitano dio el 27 de septiembre de 1819 un paso de mayor trascendencia: mientras duraban las exigencias de la guerra, y se lograba consultar de ello a la Santa Sede, cedió al gobierno republicano los frutos de los beneficios vacantes de la mitra y prebendas y aquella parte de los diezmos llamados “Novenos de Su Majestad”, que en la leyes de Indias se reservaban a las cajas reales. El lector puede conjeturar qué a gusto aprovecharía el nuevo gobierno este rasgo de deferencia…” (pp. 126-127); “Los nuevos Gobiernos habían surgido con el título y los derechos de representantes del Rey cautivo Fernando, en ejercicio legítimo por consiguiente a nombre suyo, de los derechos patronales de S. M. ¿Cómo exigir que esos gobiernos, después de acostumbrados al manejo de los resortes eclesiásticos, tan beneficiosos para las cajas del Estado y tan eficaces para el engranaje político, renunciasen desinteresadamente a sus ventajas al independizarse de la corona…?” (p. 141); A continuación veremos la respuesta que realizó el Vicepresidente de la Gran Colombia Francisco de Paula  Santander en 1820 al Obispo Lasso de la Vega, sobre la posibilidad de que los diezmos le fuesen devueltos formalmente a la Iglesia Católica ya que no existía en Colombia la figura de quien usufructuaba ese dinero legalmente hasta ese momento, los reyes de España: “…El Gobierno republicano (…) al erigirse sobre los escombros del trono español, había heredado su soberanía con cuanto a ella pertenecía; por tanto, con los diezmos, que eran de su posesión “con dominio pleno e irrevocable”…” (p. 146). Esperamos que estas citas sean suficientes para demostrar que la Iglesia manejaba un importantísimo poder económico que luego será un factor adicional, y podemos decir que casi fundamental, que hizo que Bolívar hiciera grandes esfuerzos para atraerse al clero católico hacia su esfera de influencia.

[3] Es importante resaltar también que los distintos sacerdotes que conformaban a la Iglesia Católica en la Capitanía General de Venezuela, al inicio de la guerra, tomaron tres posturas: neutral, realista o republicana. La Iglesia no fue ajena a este conflicto y muchos de sus miembros se involucraron directamente en este terrible conflicto. Para más información sobre este aspecto puede consultarse el estudio preliminar que hace el Dr. Manuel Pérez Vila en los Memoriales escritos por Mons. Narciso Coll y Pratt, citado en este escrito, y en Donís Ríos, Manuel Alberto. (2008) “Sotanas con Fusiles y Lanzas en la Mano.” Revista El Desafío de la Historia: Iglesia e Independencia (Caracas, Venezuela) Editorial Macpecri, 2(1): 64-69.

[4] Bolívar, Simón. (1812/1968) “Memoria dirigida a los ciudadanos de la Nueva Granada por un caraqueño.” En Escritos del Libertador. (Tomo IV, pp. 116-127) Caracas. Sociedad Bolivariana de Venezuela, Documento Nº 112.

[5] Navarro, Nicolás (1951) “Arzobispo.- Dr. Dn. Narciso Coll y Prat.” En Anales Eclesiásticos Venezolanos. (pp. 205-275) Caracas. Tipografía Americana.

[6] Es preciso mencionar aquí que en la guerra que tuvo lugar en la Capitanía General de Venezuela entre 1812 y 1821 la Iglesia Católica se vio envuelta de lleno por dos razones principales. La primera era la enorme influencia que tenía la Iglesia sobre la población; nada más y nada menos que se encargaba de la educación de todos los que podían recibirla en esa época. Y por si fuera poco, era la guía espiritual del mundo hispánico. En segundo lugar, los sacerdotes apostados en estas latitudes del imperio hispano, en general, tomaron postura por uno y otro bando. Es así como veremos sacerdotes defendiendo al rey y veremos sacerdotes defendiendo la república.

[7] Coll y Prat, Narciso. (1818/1960) Memoriales Sobre la Independencia de Venezuela. (p. 250) Caracas. Academia Nacional de la Historia, Serie Sesquicentenario de la Independencia, Nº 23. Otros ejemplos de la confrontación por el motivo específico de las pastorales lo podemos hallar en las páginas 265, 266, 269, 288, 289 de la misma obra.

[8] Coll y Prat, p. 255.

[9] Ibíd., p. 259-260.

[10] Ibíd., p. 264.

[11] Navarro, (1951) pp. 223-224.

[12] Bolívar. Escritos… (Tomo VI, pp. 127-128, Documento Nº 686)

[13] Navarro, (1951)  p. 224.

[14] Ibìd., (1951) p. 224 y Bolívar. Escritos… (Tomo VI, p. 127, Documento Nº 686)

[15] Bolívar. Escritos… (Tomo VI, p. 127, Documento Nº 685)

[16] Coll y Prat, p. 296.

[17] Para mayores datos el lector puede revisar el Estudio Preliminar que realiza el Dr. Manuel Pérez Vila de los Memoriales del Arzobispo Coll, pp. 11-41.

[18] Navarro, Nicolás. (1933) “El Caso Guayana”. En La Política Religiosa del Libertador. (pp.7-11) Caracas. Tipografía Americana.

[19] Para este terrible hecho véase: Lynch, John. (2006) “La Piedra de Toque de la Revolución” En Simón Bolívar. (pp. 139-140) Barcelona (Esp.) Editorial Crítica, Serie Mayor; y Leturia, Pedro. S. j. (1925/1984) “Congreso de Angostura: Sus Causas y Carácter, 1818-1819”. En La Acción Diplomática de Bolívar ante Pío VII. (2ª ed., pp. 81-82) Caracas. Ediciones de la gran Pulpería del Libro Venezolano.

[20] Para más detalles sobre este problema ver: Navarro (1933), pp. 7-11 y pp. 35-38.

[21] Bolívar. Escritos… (tomo XII, p. 38, Documento Nº 2325)

[22] Navarro (1933) p. 10.

[23] Real Academia de la Lengua Española. (2001) “Patrocinar” (tomo II, p. 1703). En Diccionario de la Lengua Española. Madrid. Espasa-Calpe.

[24] Gil Fortoul, José. (1979) “Capítulo IV. Organización del Gobierno”. En Historia Constitucional de Venezuela. (4ª ed., tomo IX de la Biblioteca Simón Bolívar, p. 121) México. Editorial Cumbre S. A.

[25] Navarro, Nicolás. (1931) Disquisición Sobre el Patronato Eclesiástico en Venezuela. Caracas. Editorial Suramericana.

[26] Leturia (1984), p. 80.

[27] Ibíd., pp. 89-108.

[28] Leturia (1984), pp. 116-124.

[29] Ibíd., p. 131.

[30] Ibíd., p. 129.

[31] Ibíd.

[32] Para mayores datos sobre la vida, actividad y ambiente en el que actuó Mons. Lasso de la Vega véase: Straka, Tomás. (2008) “El Obispo Realista que se Hizo Republicano.” Revista El Desafío de la Historia: Iglesia e Independencia (Caracas, Venezuela) Editorial Macpecri, 2(1): 58-63; y Medina, Carlos. (2002) “El Obispo Lasso de la Vega en la Confrontación de Universos Simbólicos en la Época de Independencia” Revista Ágora (Trujillo, Venezuela) Universidad de los Andes 5(10): 153-177, julio-diciembre.

[33] Leturia (1984), pp. 148-155. En estas páginas el lector curioso podrá aumentar el conocimiento de los detalles de estos sucesos.

[34] Ibíd., pp. 213

[35] Bolívar, Simón (1979) “Testamento, Proclamas y Discursos”. En Obras Completas de Bolívar. (4ª ed. Tomo VI, pp. 357-358, Documento 117) México. Editorial Cumbre S. A.

[36] Leturia (1984), p. 215.

[37] Bolívar. Escritos… (Tomo XXII, p. 78, Documento 6598)

[38] Leturia (1984), p. 223.

[39] Bolívar. Escritos… (Tomo XXII, pp. 275-278, Documento 6764)

[40] Ibíd. (Tomo XXII, pp. 282-283, Documento 6767)

[41] Bolívar. Escritos… (Tomo XXII, pp. 284-285, Documento 6768)

[42] Conde Tudanca, Rodrigo (2008) “La Iglesia en los Albores de la Independencia” Revista El Desafío de la Historia. (Caracas, Venezuela) Editorial Macpecri, 2(1): 37.

[43] Leturia (1984), p. 226.

[44] Bolívar. Escritos… (Tomo XXII, pp. 285-287, Documento 6769)

[45] Leturia (1984), p. 229.

[46] Leturia, Pedro de. S. j. (1931) “Táctica del Libertador en Colombia y Bolivia.” En Bolívar y León XII. (pp. 17-32) Caracas. Parra León Hnos. Editores.

[47] Bolívar. Obras Completas… (Tomo V, p. 446, documento 1140)

[48] Leturia (1931), p. 53.

[49] Ibíd., pp. 58-59.

[50] Leturia (1931), pp. 66-67.

[51] Es de hacer notar que el Padre Leturia menciona que Mons. Méndez era el capellán de Bolívar.

[52] Leturia (1931), p. 90.

[53] Ibíd., pp. 98-112.

[54] Bolívar. Obras Completas… (Tomo VIII, p. 430, Documento 172)

[55] Ibíd. (Tomo VI, p. 443, Documento 1722)

[56] Leturia (1931), pp. 173-176.

[57] Bolívar. Obras Completas… (Tomo VI, p. 465, Documento 1747)

[58] Leturia (1931), pp. 177-178.

[59] Bolívar. Obras Completas… (Tomo VI, p. 489, Documento 1775)

[60] Ibíd. Obras Completas… (Tomo VI, p. 490, Documento 1776)

[61] Ibíd. (Tomo VI, p. 490, Documento 1777)

[62] Leturia (1931), pp. 170-173.

[63] Ibíd., pp. 168-169.

[64] Ibíd., pp. 166-168.

[65] Bolívar. Obras Completas… (Tomo VII, p. 381, Documento 2171)

[66] Ibíd. (Tomo VIII, p. 458, Documento 183)

[67] Ibíd. (Tomo VII, p. 464, Documento 2263)

[68] Ibíd. (Tomo VIII, p. 87, Documento 2343)

[69] Ibíd. (Tomo VIII, pp. 410-411, Documento 153)

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